Prohibir lo inevitable: por qué no borrar los 60 murales de Lima
Por Nicolás Valencia, Arquitecto.
Lima se ha enfrascado en una reciente polémica por el anuncio de su nuevo alcalde, Luis Castañeda, quien ha ordenado borrar 60 murales pintados en el centro histórico de la capital peruana -declarado Patrimonio de la Humanidad en 1988- en el contexto del festival de arte callejero Latido Americano 2014, donde participaron muralistas latinoamericanos de la talla de Elliot Túpac, Entes & Pésimo, Julieta, Cix, Guache, Tinho, DJLu, Rolo y Charquipunk.
Convencido en su decisión de “recuperar” el centro histórico de Lima debido a su condición patrimonial -aunque hayan sido pintados en lugares abandonados y con autorización de los propietarios-, Castañeda se ganó entre la reprobación de jóvenes, organizadores y muralistas involucrados, la aprobación del artista plástico peruano Fernando de Szyszlo, quien advirtió en una reciente entrevista que “los murales deforman completamente la arquitectura (y) deforman la visión de la ciudad”.
Justificaciones como las de Castañeda o Szyszlo nos dejan una serie de preguntas: ¿cuál es exactamente esa visión de la arquitectura?, ¿cuál es exactamente esa visión de la ciudad?, ¿de quién es esa visión?
Lo único subversivo es la ignorancia de Castañeda. pic.twitter.com/R97E210grc
— Elliot Tupac (@elliottupac) March 15, 2015
La decisión de Castañeda está cargada de sospechas políticas, pues no solo se ejecutará a unos meses de su ascensión al cargo metropolitano después de una elección tras la revocación del mandato de su antecesora, Susana Villagrán, si no también se tratan de una serie de murales realizados con el apoyo de la Alcaldía de Lima bajo la anterior dirección. “Se debe a una rivalidad política”, señaló Elliot Túpac a Canal N.
Al pintar de amarillo los 60 murales, la ciudad pierde. Gusten o no, toda expresión artística callejera y popular no solo es el grito de una generación, sino también la verdadera voz de la ciudad y uno de los mecanismos para apropiarse de ella y revitalizar espacios. El trabajo de estos destacados muralistas latinoamericanos ofrece la posibilidad que tienen millones de personas de apreciar el arte público -sin marcos ni curatorías ni vinos de honor- mientras se mueven por la ciudad viviendo el eterno ciclo casa-trabajo-casa. Y lo más atractivo de todo, son estallidos de colores en infraestructuras grisáceas, cuya paleta cromática es escogida por autoridades “a nombre del ornato y el buen gusto”, como se quejó el Decertor (sic) en su Fan Page.
En este caso, no esperemos que autoridades y muralistas hagan las paces, pues contar con su visto bueno y respetar las directrices políticas es contradictorio, ya que el mensaje del mural suele incomodar. Por lo mismo, confunde la postura de un destacado artista peruano como es Szyszlo, quien además planteó la idea de rayar “en barrios que no son del centro histórico, dado que este debe tener cierta “celebridad y dignidad”, dando a entender que esas expresiones callejeras no son dignas para el centro, pero en la periferia dan lo mismo. “Muy lindo lo suyo, siga haciéndolo, pero lejos de acá”. Y claro, pues en muchas casos estos murales -sobre todo en Latinoamérica- exponen al ciudadano común y corriente todas esas cosas que son molestas: la crisis, la desigualdad, la rabia, la impotencia, la multiculturalidad, la pobreza, la protección de la naturaleza, el abuso policial, la censura, la corrupción y un largo etcétera.
Las justificaciones de las autoridades limeñas dejan claro la diferencia, como quien divide las aguas con un bastonazo, entre lo que se planifica y lo que ocurre en la realidad. Sin embargo, grandes trabajos como el de los peruanos Entes, Pésimo, Elliot Túpac y de cientos de muralistas anónimos, son las intervenciones que le entregan el alma a la ciudad. Al igual que un rénder -ese final feliz sin conflicto, como diría Andrés Jaque-, esa supuesta visión real de la ciudad que defienden Castañeda y Szyszlo es en realidad la distorsión de la urbe que presenta una arquitectura incólume e impoluta, recién sacada del rénder. Es la misma que autoridades e inversionistas quieren exponer, una escenografía cínica, que omite totalmente lo que ocurre en la vida diaria.
En esa idea del final feliz que nos quieren transmitir, también reina la publicidad, verdadera deformación de la vida real, pero fiel representante de lo que buscamos como consumidores. Por alguna razón en la ciudad contemporánea, y según las autoridades, los murales irritarían más la visión de la ciudad que las mismas vallas publicitarias, las que ofertan créditos de consumo para aguantar hasta fin de mes, clientes satisfechos y abanderizados por sus marcas y familias felices en sus nuevos automóviles.
Ésa es la verdadera deformación de la visión de la ciudad. Los murales no solo no la deforman, sino que son parte del alma de la ciudad real, del diario vivir y los imperfecciones que la habitan, nos gusten o no.
Publicado originalmente en Plataforma Arquitectura.