Columna: El Palacio Pereira, una vez más
Por Miguel Laborde, El Mercurio.
Hacia un Santiago de calidad mundial.
Nuevamente se anuncia que están programados en el Ministerio de Obras Públicas los trabajos -de muy alto costo- para recuperar el gran Palacio Pereira, el que por su calidad y céntrica ubicación se ha convertido en un símbolo del abandono de lo patrimonial en Chile.
Desde la muerte de su propietaria en 1932 -Carolina Íñiguez, viuda del canciller y senador Luis Pereira- el palacio pasó a ser sede del Liceo 3 de Niñas y, más tarde, a subarrendarse para locales comerciales. Cuando se le declaró Monumento Nacional en 1987, los daños ya eran enormes.
Nuestra educación no aporta contextos que lo hagan memorable o querible. Aparece como otro palacio más de arquitectos europeos, testimonio de una época de excesivo afrancesamiento. Otro más de los que aparecen en los consabidos libros sobre “palacios” santiaguinos, donde muy pocos merecen tal denominación. ¿Por qué, entonces, tendría que interesarse el público en su destino?
Si no tiene un relato relevante, es injustificable el enorme esfuerzo del Estado con fondos que podrían ser más útiles en otras obras como, en este momento, la reconstrucción de hitos fundamentales del patrimonio de la III Región.
¿Existe ese relato? ¿Alguna razón para decir que esos muros son un monumento?
Es un encargo de 1872, el de la Exposición Nacional en la que Chile mira a Chile, un año 0 en varios sentidos. Es cuando Vicuña Mackenna impulsa la transformación de Santiago, con un plan que seduce a su época. Sus paseos y bulevares, que rinden homenaje al ciudadano de a pie no serían nada de no estar enmarcados en una arquitectura coherente; él contagió a liberales y, como es el caso de Pereira, también a conservadores. En total fueron más de 300 mansiones a lo largo de la Alameda, República, Ejército, Dieciocho, las cuadras céntricas.
En una ciudad tan pequeña, es un fenómeno no dimensionado, revolucionario. Es ahí cuando Santiago se abre al espacio público, a los parques, al paseante. En definitiva, cuando acoge al ciudadano y con ello deviene ciudad.
Es una sociedad que aspira a algo más que el orden y el progreso. En busca de “un sentido de vida”, en Francia encontrará un modelo de actividad política afín a Chile, y con ese modelo aprenderá a debatir el modo de enfrentar sus brutales desigualdades. Ese año comienza, para Santiago y el país, un ciclo que acogerá, al menos, a las clases medias. Hubo más aire desde entonces, un aire más libre.
Este palacio es un trozo de ese Chile. No es casual que su arquitecto sea Luciano Hénault, el mismo que recuperó el Teatro Municipal luego de su incendio, el que completó el Congreso Nacional, el que trazó la Universidad de Chile, el autor del Palacio Larraín Zañartu de calle compañía (ex Diario El Mercurio).
Como siempre, son muchas las alternativas para invertir fondos fiscales. Pero este lugar, adquirido para alojar a la Dibam y al Consejo de Monumentos Nacionales, con un concurso ya resuelto para habilitarlo y abrirlo, es uno de esos que no pueden faltar en un país.
INTERÉS
Nuestra educación no aporta contextos que lo hagan memorable o querible. ¿Por qué, entonces, tendría que interesarse el público en su destino?