Chilotes dicen que declaratoria de Patrimonio de la Humanidad generó impactos negativos
Por Soledad Neira Farías, El Mercurio.
Reconocimiento de las iglesias cumple 15 años:
Isleños relatan que dejaron de vivir su existencia con normalidad, y que la masiva llegada de visitantes no crea beneficios económicos para la mantención de los templos.
“¡Dónde vine a encontrar mi muerte hoy!, pensé. 40 años catequista. Era Mes de María, y un joven saltaba en la iglesia, insultaba las imágenes. No me atreví a agarrar la tranca, porque me pudo pegar con el mismo palo y dejarme tirada en la iglesia”.
Lucila Mancilla, patrona de Aldachildo, recuerda una de las duras experiencias vividas desde que, en noviembre de 2000, el templo en la Isla Lemuy y otras 15 iglesias de la Escuela Chilota de Carpintería fueran reconocidos Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Ahora, el templo permanece cerrado con llave la mayor parte del tiempo, al igual que la mayoría de estas iglesias.
En Chiloé aún recuerdan las enormes expectativas que generó el reconocimiento para sus centenarias iglesias: atraería inversiones para mantener los templos, potenciaría el turismo e impactaría positivamente la precaria economía de las islas.
Incluso, desde la Fundación de Amigos de las Iglesias de Chiloé (FAICh) se diseñó la Ruta de las Iglesias, que instalaría centros de visitantes y prepararía y financiaría guías turísticos.
Han pasado 15 años de la declaratoria, y esas pequeñas comunidades, responsables de que esas maravillas arquitectónicas se mantuvieran en pie por más de dos siglos, están decepcionadas y tristes.
Reconocen el avance en el asfaltado de los caminos y la señalética que instaló el Ministerio de Obras Públicas en gran parte de las rutas que llevan a las iglesias, pero añoran los tiempos en que los templos y todas sus reliquias estaban ahí, sin otra protección que el respeto y el amor que por generaciones prodigaban las familias que se ocupaban de ellos.
Hoy, con las llaves de las iglesias en manos de patrones o fiscales, y no habiendo pago de por medio, es una cuestión de buena voluntad que acompañen a los visitantes, aunque algunos, cansados de los reclamos y los insultos, simplemente pasan las llaves.
En Achao, el municipio optó por contratar a tres personas que cumplieran turnos en el verano, “para cuidarla, que no se lleven nada y garantizar su integridad, porque además de robos hemos sufrido amenazas, como la de tirar un fósforo”, que hizo un grupo de mochileros que querían que les abrieran para dormir allí después de un festival costumbrista.
“Tuvimos que llamar a Carabineros”, recuerda Bernardita Oyarzún, en Achao.
Agrega que en verano sufren con el caos vial. “El chilote deja de vivir su vida como corresponde, los achaínos no pueden casarse en verano, no pueden bautizarse (…) y hay cosas más extremas. Si un vecino fallece, no hay ningún respeto por la ceremonia fúnebre. Hemos puesto carteles. En domingo ponemos un cartel. Señor visitante: participe de la Eucaristía o ingrese cuando haya finalizado”.
Ángela Bahamonde, en la iglesia de San Juan, dice que “las agencias llegan con furgones llenos de turistas, se bajan, sacan fotos, están unos minutos y se van a la otra, después de dejar el tierral en el pueblo”.
“Y por ser patrimonial, tenemos que pedir permiso para cualquier trabajo al Consejo de Monumentos Nacionales. Queríamos pintarla con plata del pueblo, pero no podemos meter mano”, dice Ángela. “Ahora nos entregaron estampillas para un pasaporte, que es un trabajo adicional”, por el que nadie les paga, agrega Ángela.
En varios templos, los encargados de las llaves comentan que muchas personas, especialmente extranjeros, se quejan de que han aportado plata para la mantención y llegan a Chiloé, pero las iglesias están cerradas y no pueden visitarlas.
María Aquintui tiene otra visión. Ella empieza a sentir beneficios del turismo, pero su caso es algo distinto, por la exposición de la iglesia de Colo durante los años que estuvo allí el padre Mariano Puga.
Aquintui cuenta que ella ha postulado a recursos para mejorar su oferta gastronómica y de alojamiento, porque habilitó un baño, dormitorios, comedor y un quincho para recibir visitantes, aunque en general es muy poca la cantidad de personas que pernoctan.
“Ayuda al turismo, se está abriendo, y las iglesias son fundamentales, es nuestro único patrimonio (…) viene gente de todos lados”, recalca. Los más habituales son franceses, italianos y españoles.
EN NOVIEMBRE se cumplen 15 años del reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad.