El mito que tanto daño le hace a Santiago
Por Rodrigo Guendelman, fundador de @santiagoadicto
El fin de semana del 18 y 19 de abril, Santiago estuvo de fiesta. Durante dos días, más de treinta mil personas bajaron al río Mapocho para pedalear, caminar y pasear en familia. “Yo vivo Mapocho” se llama la actividad que tiene como objetivo de largo plazo, convertir el río en una ciclovía que atraviese la ciudad. Gran iniciativa, la cual sirvió también para comprobar uno de los mitos más injustos y dañinos respecto de la capital de Chile.
No creo exagerar cuando digo que 9 de cada 10 santiaguinos están convencidos de que el río Mapocho apesta. O, sea, que huele mal, es hediondo, cochino, sucio y asqueroso. Es lo que me tocó leer en redes sociales y escuchar de mucha, demasiada gente. Tal vez sea porque, efectivamente, el río sí fue sucio por décadas o porque la empresa Aguas Andinas no hizo el suficiente ruido en su momento, pero la realidad es que desde 2010 existe una obra llamada “Mapocho Urbano Limpio” que descontaminó la zona urbana del río.
Durante dos años, se dedicaron a cerrar las 21 descargas de aguas servidas que se vertían al cauce y trasladaron esas aguas por medio de un colector a las plantas La Farfana, El Trebal y Mapocho. Así, este colector de 28,5 kilómetros recibe los desechos y eso permite la total cobertura de tratamiento de aguas residuales en la Región Metropolitana.
Dicho de otra forma: dejaron de descargarse en el río Mapocho más de 4.500 litros por segundo de aguas servidas, lo que equivale a 185 piscinas olímpicas diarias de residuos que se redireccionan para ser canalizadas, tratadas y luego vertidas en forma limpia nuevamente al cauce del río. ¿Saben cuánto costó el asunto? US$113 millones. Sí, 113 millones de dólares. 70 mil millones de pesos. Así se logró alcanzar un 100% de sus aguas servidas descontaminadas, cifra inédita en América Latina y una de las más altas del mundo.
Con tamaña inversión, parece lógico que la empresa española de servicios sanitarios invierta aunque sea el 0.5% de ese monto en una campaña de marketing para que los santiaguinos se enteren de lo que pasa en frente de sus narices. Así, tal vez, entenderemos por qué ya no se ven gaviotas en Santiago.
Obvio, ya no hay porquería alguna que comer en el río. Y, si no es mucho pedir, podrían aprovechar de contarnos que el color del Mapocho, especialmente ese tono café que toma desde que se junta con el canal San Carlos a la altura del Costanera Center, se debe a los minerales que trae de la cordillera. No señor, no vea caca donde no la hay. No señora, el Mapocho ya no huele a nada. Palabra de scout.