Opinión: ¿Quién salva a la Basílica del Salvador?

Por Patricio Moya Muñoz, Estudiante de Licenciatura en Historia de la Universidad Alberto Hurtado.

Basílica

Foto 1: Basílica del Salvador. Foto de 1900. ©Museo Histórico Nacional / Foto 2: Basílica del Salvador, junio 2015. © Patricio Moya Muñoz

Construida entre 1871 y 1932, ubicada en calle Huérfanos con Almirante Barroso, la Basílica del Salvador ha pasado por procesos de deterioro, terremotos, proyectos de reconstrucción, solicitudes de demolición, la admiración de unos y el rechazo de otros. Durante su construcción, que duró cerca de sesenta años, fue testigo de guerras, profundos cambios políticos, sociales, económicos y religiosos.

Protagonista de la vida religiosa de Santiago desde fines del siglo XIX, grandes procesiones salían de allí y tuvo su primer gran traspié con el terremoto de 1906, que destruyó parte ella. A pesar de esto, la construcción continuó, y fue tal su importancia para la espiritualidad de la capital que, poco después de terminada, el papa Pío XI la elevó al rango de Basílica, en 1938.

Su construcción estuvo a cargo del arquitecto alemán Teodoro Burchard, con un diseño neogótico y con capacidad para albergar a unos cinco mil fieles. Sin embargo, con el crecimiento demográfico de la capital y los cambios sociales que provocaron el desplazamiento de las élites hacia el sector oriente, fue perdiendo protagonismo, reduciéndose la cantidad de fieles que la visitaban, pasando a ocupar un lugar ya no tan relevante como en sus inicios, siendo declarada Monumento Histórico en 1977.

Basílica del Salvador, junio 2015, desde calle Almirante Barroso. Patricio Moya Muñoz

Basílica del Salvador, junio 2015, desde calle Almirante Barroso. © Patricio Moya Muñoz

Pero el deterioro continuó, producto de los sismos que fueron ocurriendo en las décadas siguientes, hasta 1985, cuando el terremoto del 3 de marzo causó la caída de gran parte de su estructura, quedando sostenida por pilares que evitaban que el resto de la estructura cediera, los que aún están ahí. Hubo algunos proyectos de reconstrucción, pero las lluvias fueron aumentando los daños, hasta que el terremoto del 27 de febrero del año 2010 obligó a reformularlos.

Los problemas no terminaron, ni eran solo consecuencia de desastres naturales. Los sismos y lluvias que habían afectado a su estructura provocaron caídas de escombros que dañaron la propiedad de algunos vecinos de la Basílica, quienes comenzaron a verla como un peligro. Producto de esto, en septiembre del año 2014, algunos vecinos presentaron una denuncia ante el Segundo Juzgado Civil de Santiago en contra del Arzobispado de Santiago, pidiendo su demolición.

Hace unos días, la Corte de Apelaciones de Santiago rechazó la denuncia de los vecinos, considerando que el Consejo de Monumentos Nacionales manifestó la intención de reconstruirla, respetando, además, su carácter de Monumento Histórico.

Esto último constituye otro problema, que enfrenta a los ciudadanos con la historia de la ciudad ¿qué hacer cuando el patrimonio histórico se convierte en una amenaza para quienes viven cerca de él? Y es que estamos en un país que acostumbra reducir el patrimonio a objetos, sean monumentos, estatuas, placas conmemorativas, edificios o catedrales, como la Basílica.

Al finalizar cada mes de mayo, muchos, como forma de dar a conocer también parte del pasado del país, recurren en masa a visitar lugares emblemáticos, palacios afrancesados, edificios públicos, lugares históricos y, este año, hasta un canal de televisión. Estos objetos y lugares nos permiten mirar atrás y conocer cómo hemos llegado a ser quienes somos, y la forma en que nuestro contexto urbano se ha convertido en lo que es hoy, constituyendo parte de la memoria que aporta a nuestra identidad.

No podemos hablar de patrimonio, de historia, de monumentos, de memoria, sin hablar de las personas que están ahí, siempre presentes, haciendo historia y resignificando constantemente estos objetos históricos; como la Basílica del Salvador, que desde la gloria de sus inicios, se ha convertido en objeto del rechazo de algunos, provocando el cuestionamiento sobre la relación entre nosotros y nuestra historia.

El diálogo con nuestra historia a través de los vestigios que esta nos deja, nos provoca cuestionamientos respecto al cuidado de nuestro patrimonio, en una sociedad preocupada por construir edificios sobre la historia, haciendo que estos vestigios vayan desapareciendo, provocando pérdida de la identidad social y desconocimiento de nuestro pasado. Si hace algunas décadas atrás se atentó contra parte de nuestra historia provocando un olvido forzado o la tergiversación de esta, hoy corremos el riesgo de olvidar por propia voluntad.

Basílica del Salvador, junio 2015. Desde calle Agustinas. Foto: Patricio Moya Muñoz

Basílica del Salvador, junio 2015. Desde calle Agustinas. © Patricio Moya Muñoz

La Basílica del Salvador, al margen del contexto religioso y con más de ciento cuarenta años, representa, no solo para quienes viven cerca de ella, o para los turistas que constantemente fotografían sus ruinas, sus vitrales y gárgolas que todavía la adornan, la desidia de un país que se desconecta lentamente de su pasado, que olvida, un poco más rápido, de dónde viene y para el que su historia va perdiendo importancia.

Esperamos que se concreten los nuevos proyectos de restauración, que ya están en marcha. Pero más importante es procurar que las personas, el principal patrimonio del país, miren al pasado, tomen conciencia de él y exijamos que nuestra historia recupere el lugar que le corresponde, por el bien de lo que hoy somos, y por el bien de los que vienen.