Columna El Observador Urbano: Por una nueva plaza Baquedano (Italia)
Por Miguel Laborde, El Mercurio.
Años como los actuales, en que pareciera que todo puede pasar, eran los que escogían los estadistas para levantar alguna obra que fortaleciera el espíritu de unidad entre los ciudadanos. No se trataba de construir una pura imagen, tipo postal, sino “un lugar” nuevo en la ciudad.
Un ejemplo clásico es la torre Eiffel, la que requirió una enorme cuota de audacia por parte del gobierno francés de entonces. Es casi de la misma época que la historicista Ópera de Garnier, tiempo de palacetes casi extravagantes de los más diversos estilos, incluso orientales, por lo que una fría estructura de hierro podía indignar, y así sucedió, a la mayoría de los parisinos.
Entre más de cien proyectos, ganó Gustavo Eiffel. Había interés en apoyarlo, para que estas novedosas y metálicas creaciones de la industria francesa se repartieran por todo el planeta, en puentes y estaciones, mercados y centros comerciales, pero el proyecto original era una especie de chimenea fabril demasiado hosca, inaceptable. Eiffel tuvo que llamar al olvidado arquitecto Stephen Sauvestre y ahí surgieron las líneas elegantes y los espacios útiles de una de las siluetas urbanas más célebres del mundo.
Todo esto sucedía en 1886, el mismo año en que se inaugura la Estatua de la Libertad, regalo francés al Nuevo Mundo, de una Francia que intentaba conservar su perfil imperial, en momentos en que la economía y la corrupción agitaban el ambiente en París.
Tuvo enemigos ácidos la torre, pero cumplió su misión de transformarse en símbolo de una Francia nueva, con sus 300 metros. Mucho más allá, conformó un espacio urbano que permite, hasta ahora, desplazarse y reunirse en torno a ella de otra forma. Es curioso que la plaza Baquedano, que ha pasado por varias renovaciones y concursos, siga siendo vista como un lugar simbólico, un paisaje, un nudo del transporte público, incluso plaza ajardinada que es hito en el eje Alameda- Providencia, sin que se considere su vocación esencial, la de ser el principal punto de encuentro ciudadano popular.
Una y otra vez, los destrozos son totales, en la vegetación y en el mobiliario urbano; el tsunami humano no deja nada en pie. A estas alturas, ya sabemos que es así y es urgente la necesidad de darle a la plaza una forma que resista ese uso.
En su momento, en 1949, cuando se inauguró el monumento a Balmaceda, se tuvo la oportunidad de que, con su majestuoso obelisco, imagen de un Chile nuevo capaz de dialogar con las cumbres andinas, se podría configurar una plaza dura en torno a aquel; apta para un número mediano de asistentes. Pero achicaron una y otra vez la altura del obelisco, mientras avanzaba en la escultura de Balmaceda, con lo que se diluyó esa opción. Antes bien, quedó de un tamaño modesto -24 metros- que casi se integra en el parque.
Ahora, por demografía, el problema es de otro tamaño. Son decenas de miles los asistentes, el área dura necesaria es considerable, supone un rediseño completo del sector. Y ya que está en camino un orden nuevo para el eje Alameda-Providencia, ojalá sea aprovechado para que contemos, ahora sí, con un “lugar ciudadano” pensado para estos fines.
MonumentoDurante su construcción se achicó una y otra vez la altura del obelisco, lo que diluyó la opción de generar una plaza dura en torno a él.