Mordiendo el polvo
Por Alejandro Núñez, El Mercurio.
Ayer los habitantes de la provincia de Chañaral, la más afectada por los aluviones de marzo, cumplieron cuatro meses desde que el agua se llevó la vida que tenían hasta entonces. Desplazados algunos, sin trabajo otros y con mucho barro y tierra casi todos, llevan 120 días pala en mano recuperando lo poco que el barro les dejó, mientras acusan que el resto del país ya los olvidó.
A 150 kilómetros de Copiapó, Mariana Guzmán le hace frente al frío y se reúne con su vecina para sacar agua desde un estanque de 1.000 litros que dejó el Gobierno. En la población José Miguel Carrera, en medio del polvo, los escombros y los colores ocre del desierto que rodean a Diego de Almagro, esta es una rutina que vive a diario desde hace cuatro meses.
Son los resabios que dejó el paso incontrolable del barro y rocas provocados por el desborde del río El Salado el 25 de marzo pasado, debido a las fuertes lluvias en la precordillera.
Pese a ser potable, a Mariana no le da confianza y prefiere gastar casi 20 mil pesos mensuales en agua embotellada para beber. La que extrae del estanque es para lavar y cocinar.
Las autoridades han prometido que el 31 de julio habrá 10 horas de suministro hídrico en la comuna. Pero para la mujer, “en Diego de Almagro se ha avanzado muy poquito” y solicita que “la ayuda llegue pronto, porque si las platas fueron enviadas, estas fueron mal invertidas”.
No es la única que lo piensa.
En una esquina, como casi todos sus vecinos, Erick Merino sigue limpiando lo que fue su casa. Dejó su trabajo y lleva más de 100 días sin parar recogiendo basura y hasta durmientes de la línea del tren que terminaron en su propiedad.
-Me tomó 30 años tener el sueño de la vivienda y en menos de una hora lo perdí todo.
Luego de 22 camionadas de barro, espera por fin esta semana tener su terreno despejado para tratar de reconstruir. Sin ayuda, porque como es separado no tuvo derecho a optar al bono para adquirir enseres.
Otro sector de la “zona cero” en Diego de Almagro es la población 4 de octubre. En una de las decenas de casas destruidas por el barro, Alba Gómez ha sacado 70 centímetros de lodo desde la vivienda que es tanto su casa como su negocio. Alrededor, decenas de cajas de mercadería que perdió permanecen arrumbadas, junto al horno en el que hacía empanadas. Logró reabrir hace una semana el quiosco, pero para su dueña la situación no ha cambiado mucho.
-La gente no compra, porque tiene poca plata.
Además de la falta de agua y el negocio cerrado, su esposo enfermó luego que le picara un mosquito en su ojo y éste se infectara. ¿El futuro? Lo ve incierto por la demora en la ayuda y porque las cuentas siguen y los ahorros se acaban.
Las quejas de El Salado
A varios kilómetros de ahí, en la localidad de El Salado,Edmundo García también se siente abandonado a su suerte.
-Acá cada día está peor la cosa. Luego de lo ocurrido en el volcán en el sur nos olvidaron.
La catástrofe dejó casi medio poblado quedó destruido y decenas de casas desaparecieron bajo el agua. Donde antes estaba la suya, en la Villa Alborada, hoy hay un peladero. Y se queja que en la emergencia faltó mucha comunicación, que habrían alcanzado a salvar unas cuantas cosas…
También perdió su trabajo, ya que el río se llevó la planta donde trabajaba junto a su hija. Hoy vive de allegado y se niega a salir de El Salado a pesar de los subsidios que ofrece el Estado para radicarse en otra comuna.
-Justo meses antes de la catástrofe habíamos terminado de arreglar la casa y estaba listo para comenzar a descansar luego de años de trabajo.
Lo dice con el ruido de fondo que genera la maquinaria pesada que trabaja en la remoción de toneladas de escombros que quedaron regados en las calles.
Pueblo fantasma
A 166 kilómetros de Copiapó las dos partes en que quedó dividida Chañaral por el paso del río Salado también se sacuden el polvo. La masa líquida de color casi negro arrasó con la calle principal, el borde costero y hasta la Ruta 5.
Hoy la gente se encuentra en los sectores altos del puerto, mientras en el centro y la costanera se trabaja entre casas destruidas y otras abandonadas.
Mónica Cepeda sigue tratando de rescatar algo desde lo que fue su casa. Junto a su hija y nietas vive en el segundo piso. Para la mujer estos cuatro meses han sido duros, eternos, de vivir el día a día y de esperar esa ayuda que tarda en hacerse visible y lograr cambios permanentes.
Dirige la mirada hacia Merino Jarpa, la otrora principal arteria comercial de Chañaral. “El centro está muerto y parece un pueblo fantasma”, susurra.
Según la Cámara de Comercio local, más del 90% de los locales se vio afectado y permanecen con las cortinas cerradas. Hace unas semanas partió el proceso de demolición de los inmuebles más afectados.
El comercio podrá volver a funcionar en este sector, la hotelería tendrá algunas restricciones y los servicios públicos como la municipalidad, bomberos y otros cuyos edificios se encuentran en la zona denominada de alto riesgo, no podrán retomar sus funciones ahí, por lo que se están llevando a cabo estudios para ser reinstalarlos en sectores de mayor seguridad.
El bazar de Karina Robledo estaba en la zona cero. En los últimos meses ha trabajado en su reparación, pero se queja del ritmo de la reconstrucción.
-Esto está lento. Acá casi todos están esperando la ayuda del Gobierno, pero es muy lento. Nosotros estamos como familia levantando el negocio.
A diferencia suya, otros han preferido entregar sus locales y se han esparcido por la parte de la ciudad que no fue afectada. Aunque estos 120 días han sido muy duros, sin trabajo y viviendo con la jubilación de su padre, enfatiza que la comuna es fuerte y que “vamos a salir adelante”.
Este mismo ánimo se vive en el barrio de emergencia en la población 26 de octubre, donde hay más de 100 casas de emergencia. El lugar cuenta con electricidad y se trabaja en la instalación del alcantarillado. El agua potable es entregada a través de camiones aljibe y además hay estanques. Algunos residentes ya martillean ampliaciones.
Mónica Valenzuela lleva casi dos meses ahí. Aunque le ha costado acostumbrarse, “ya logramos ordenar las cosas”. Con la música a todo volumen, trabaja junto a voluntarios de la ONG Desafío Levantemos Chile en la ampliación de una pieza que fue comprada con los bonos que entregó el Gobierno.
Mientras espera terminar de arreglar su casa, teme que a futuro le quiten ese terreno y quedar nuevamente en la calle. Los pobladores del barrio de emergencia coinciden en que “falta información” por parte de las autoridades sobre el futuro del sector y qué pasará con las viviendas definitivas, dado el dinero que han invertido.
La comunidad también ha tenido sus primeros problemas de convivencia.
-Anoche hubo una pelea, no dejan dormir a la gente y hay insultos para todo el mundo. Acá la seguridad está complicada y carabineros no se da muchas vueltas.
Luis Navarro fue uno de los primeros que llegó al campamento. Dice que desde que llegó no ha podido dormir bien ni un solo día por la falta de seguridad. Su familia tiene una de las casas más arregladas del sector y varios intentos de robo lo tienen preocupado.
-Donde vivíamos antes era unaparte tranquila donde podíamos dejar la ventana abierta, en cambio aquí los fines de semana hay peleas, tomateras y se perdió la seguridad total.
Pese a todo, espera quedarse con el terreno de 10 por 15 metros donde está actualmente, porque “nosotros ya paramos las cosas y de aquí no nos moverán. Acá solamente nos van a sacar muertos, aunque nos ofrezcan volver, porque uno tiene que velar por la familia”.