Las ciudades abren más espacios para jugar con ella
Por Manuel Valencia, El Mercurio.
El lenguaje normativo de la urbe está permitiéndose momentos lúdicos (y saludables).
Pare. Ceda el Paso. No pegar carteles. No virar derecha. Luz Roja. El lenguaje de la ciudad está repleto de órdenes y prohibiciones. Casi sin darnos cuenta, el espacio público se dirige a nosotros como un padre que nos guía o nos regaña. Pocas veces nos interpela de otra forma. Al menos desde el Estado. La escapatoria parece darla el mercado.
Desde la publicidad, que se permite a sí misma un lenguaje más libre. Los grandes letreros buscan divertirnos. Las grandes pantallas lumínicas nos distraen. Los avisos del metro nos sacan del viaje…. aún así, percibimos la intencionalidad de vendernos un producto. Pero en los últimos años, la ciudad ha abierto espacios para mirarnos de otra forma. Pequeños reductos en que nos habla como niños y nos permite jugar con ella. Ejemplos hay varios y cada vez más frecuentes.
En Buenos Aires, en la esquina de Callao y Santa Fe, una divertida vereda nos quiere enseñar tango. Solo basta seguir las instrucciones y perder pánico escénico. En Santiago, se han instalado algunas pizarras que nos llaman a un sentido de expresión democrática. Hace poco una decía: “La felicidad es…” y abajo los transeúntes se lanzaban a escribir su versión de los momentos sonrientes. O en Valdivia, donde un mapa nos enseña las distancias de Chile. Espacios lúdicos que tímidamente se asoman para hablarnos como amigos y jugar. Sin caligrafía urbana.