La nueva postal de Santiago
Por Miguel Laborde, El Mercurio.
Las ciudades inventan su identidad, y la renuevan en el tiempo; hay mucho de narrativa en esto, más de lo que se cree. Por ejemplo, París no tiene tantos restaurantes si la comparamos con algunas asiáticas, pero sus valores asociados los han transformado en hitos de postal, con sus mesas en las calles y sus verdes toldos. Tiene 2.500, contra los 100.000 de Tokio.
A muchos no les gusta que el Costanera sea nuestra postal nueva. Pero hay que aceptarlo; si las autoridades de la ciudad no impulsan gestos a gran escala, puede venir un particular y construir por su cuenta la imagen urbana. Todo puede proyectar algo, lo público o lo privado, todo alimenta el imaginario. Podemos considerar que los cafés con piernas no son tan importantes para nosotros, pero los turistas se van con ese recuerdo asociado al nombre de Santiago de Chile…
También les llama la atención el número de farmacias -“¿Es muy enfermiza la población local?”- y de notarías: “Sí que son desconfiados en este país…”…
Se sorprenden con la proporción de jardines y de árboles, valores esenciales de Santiago, reflejos del buen clima, los buenos suelos, un medio ambiente óptimo. Contamos con un nicho privilegiado del planeta -un top ten-, el que incluye el espectáculo de una cordillera de altas cumbres justo al frente.
Eso sí, las montañas son partes del cotidiano, una imagen de fondo casi invisible. Cada vez que llueve con alguna intensidad, nos sorprende con sus desbordes. La ciudad desaparece con cada temporal; como dijo alguien en esos días, tenemos “la única ciudad soluble en el mundo”.
No es fácil responder cuando a uno le preguntan qué es lo típico de Santiago porque es, realmente, una ciudad archipiélago. Conste que eso no es una crítica. Cada una de ellas refleja una manera de entender el mundo, la vida. Al cruzar de Alemania a Francia, por Estrasburgo que es ciudad límite, el cambio parece escandaloso; de la marcial coherencia de los disciplinados germanos a una total libertad de los indómitos franceses, donde da la sensación de que no hay dos casas iguales. Ambos lados tienen toda la razón, al considerar su modelo como un patrimonio valioso.
A uno se le va el ojo hacia lo diferente. El francés cruza el puente y celebra el orden alemán colectivo, así como el del otro lado encontrará placer y entretención al recorrer la Estrasburgo de los galos y descubrir que dentro de su inagotable variedad hay un gusto, una sensibilidad que genera una atmósfera armónica a pesar de su diversidad.
Dado el escenario notable de Santiago, se diría que lo más permanente ha sido la naturaleza; más que una obra humana, sus mejores arquitectos han promovido un camino diferente: que la coherencia esté dada por la voluntad de transformarnos en ciudad mirador de la cordillera de los Andes.
Es un deseo antiguo; cuando uno avanza por la Alameda de poniente a oriente, por ejemplo, la Iglesia de San Francisco se atraviesa parcialmente, desplazada. En la Colonia se celebró el logro, destacando el valor que cobraba su arquitectura contra el fondo nevado. Esa fue, y muy sabia, nuestra primera postal.
ImagenNo es fácil responder cuando a uno le preguntan qué es lo típico de Santiago porque es una ciudad archipiélago. Y conste que eso no es una crítica.