Las ciudades al poder
¿A dónde viaja uno cuando va a Estados Unidos? A Nueva York. A Miami. A Chicago. ¿A dónde viaja uno cuando va a Alemania? A Berlín, a Frankfurt. Es decir, uno no va a países, si no a ciudades. ¿Tú vives en Chile? En forma abstracta sí, pero en la práctica vives en una ciudad, Santiago, Concepción, Valparaíso, Antofagasta. De hecho, la población de nuestro país es una de las más urbanas del mundo, con cerca de un 90 por ciento de los habitantes viviendo en ciudades. ¿Cuál es el punto de todas estas interrogantes? Uno muy simple: vivimos en ciudades pero no tenemos líderes ciudadanos y, en cambio, dependemos de autoridades nacionales. Y eso es un problema. Uno serio.
Hace algunas semanas estuvo de visita por estos lados el español Tony Puig. Tuve el honor de acompañarlo en su clase magistral. Escucharlo, entrevistarlo y poder conversar con él fueron experiencias que me marcaron. Tony es uno de los responsables de haber cambiado la imagen de Barcelona para transformarla en una ciudad de atractivo mundial. Es un verdadero gurú de algo que hoy se conoce como “Marca ciudad”. Es decir, de lograr que a través de un proyecto de largo plazo, de una visión muy innovadora, de una serie de acciones estratégicas que implican creatividad y valentía política, se convierta a una urbe en un lugar que brille en el mundo.
Tony está convencido de que tenemos una oportunidad de oro en Santiago. Es ahora, dice, cuando tenemos que pensar, imaginar y diseñar la ciudad que soñamos para los próximos 20 años, con un gran proyecto que permita que nuestra capital sea reconocida a nivel global. Y aquí volvemos al problema. Sin liderazgo ciudadano, estamos fritos. Pongamos el ejemplo del Santiago urbano, es decir, el territorio que comprende a 34 de las 52 comunas de la Región Metropolitana. Cada una de estas comunas tiene un alcalde. O sea, 34 señores feudales que cuidan su pedazo. Nadie los coordina, nadie los encauza. El intendente, para remate, apenas tiene presupuesto, casi no tiene atribuciones y, hasta ahora, es nombrado por la Presidencia. Ergo, la ciudad no tiene un interlocutor, alguien que pelee por ella, que la defienda, que la ordene, que vele por un todo mayor que la suma de las partes. O está el Estado, que se diluye entre la burocracia y los intereses partidistas, o está el alcalde, que sólo se preocupa de su pedacito chico.
Entonces, dice Tony -y decimos cada vez más personas que nos interesamos por la ciudad-, si queremos dar el salto, es el momento de pelear para que haya una gran autoridad ciudadana, es el momento de pelear para quitarle poder al Estado y sumarle poder a los líderes ciudadanos y es, también, el momento de pensar en una gran idea para que, Santiago, nuestra urbe con más posibilidades de proyección internacional, brille de verdad.
Tony dejó planteada una muy buena. ¿Qué tal si apostamos a que Santiago sea sede de una exposición universal, como hoy lo es Milán? Y también nos dio una clave para pensar en la identidad de nuestra ciudad: que Santiago sea la bandera de la cultura sur. Nuestra cordillera, nuestra historia, nuestro recorrido de cuatro mil kilómetros por este hemisferio son aspectos a los que les podemos sacar punta. Mucha. “Trabajen de manera horizontal, hagan cosas extraordinarias para los ciudadanos, sean audaces, tengan equipos inteligentes y que siempre haya un raro en ese grupo, hagan algo que no haya hecho nunca otra ciudad, tengan pasión perpetua y logren escribir su visión en no más de 60 líneas”, sugiere Tony Puig. Así lo hicieron en Barcelona en los años ochenta. Se reían de ellos cuando postularon a ser sede de los Juegos Olímpicos y, cuando los ganaron, se reían del proyecto urbano que metía a la ciudad en la infraestructura olímpica, lo que al final resultó brillante. ¿Cómo aguantaban el chaqueteo? Con el liderazgo y la convicción de los líderes que empujaban el proyecto. ¿Qué pasó? “Ocho años después de las Olimpiadas llegaron los turistas en hordas a Barcelona y hoy no sabemos qué hacer con tanta gente”, confiesa Tony.
Sumemos algo fundamental que dijo un líder ciudadano que pasó por Santiago la semana pasada: Ken Livingstone, el primer alcalde que tuvo Londres Metropolitano, se despachó esta frase: “Santiago no tiene un órgano central que esté a cargo de las medidas en transporte. Es ridículo. El transporte es lo más importante para que una ciudad funcione bien. No tener una es un desastre”. Y cuando en este mismo diario le preguntaron por las 54 alcaldías que tiene Santiago, contestó: “Eso es una desorganización. Para una ciudad grande como Santiago tienes que tener un órgano elegido, alguien que piense en la planificación a largo plazo, en la inversión. Que viaje por el mundo, que traiga a corporaciones que inviertan. A Santiago le iría mucho mejor si tuviera una entidad central”.
Tenemos una oportunidad, pero hay que hacer cambios. Hay que darles poder a las ciudades. Hay que buscar un gran líder y ponerlo a trabajar por la urbe completa. Y hay que jugársela por una idea potente que nos haga soñar, una visión que nos permita proyectarnos como una ciudad con marca mundial.
Publicado originalmente en Voces de La Tercera.