Columna El Observador Urbano: Un descanso para Violeta Parra
hacia un Santiago de calidad mundial
Nacer con una sensibilidad extrema es una bendición, pero también conlleva un peso. Podríamos hacer una Ruta de los suicidas en Santiago, de tantos lugares donde un artista o intelectual de alto valor, fatigado de ser, se quitó la vida: Joaquín Edwards Bello, Pablo de Rokha, Violeta Parra…
Lo que para otros es nada, un rasguño en una piel dura de reptil, en ellos puede dejar una herida abierta por años, para toda la vida. Violeta fue niña de campo en la ciudad. Aquí golpeó puertas, cantó con su guitarra en quintas de recreo y radios, hasta hacerse de un rincón propio. Pero no dejó nunca de cansarse, y lo decía, en un medio nacional tan frío ante el arte propio.
También podríamos hacer una Ruta de Violeta, del día en que llegó a la Estación Central hasta el del balazo, en su carpa de La Reina. Pasando por el teatro donde escuchó a las cantantes flamencas, pura intensidad y genio, y vio que era posible que la canción popular, como en ellas, fuera una cosa viva; y también por el callejón de Barrancas, ahora Cerro Navia, donde encontró cantoras que recordaban canciones de hace siglos. Su rostro fue registrando todo, mapa de tantos proyectos truncos.
Es una gran noticia, luego de larguísimos años de trámites, que contemos con un Museo Violeta Parra abierto en octubre y que desde entonces ha recibido a más de 38 mil asistentes.
Es un lugar digno, con arquitectura de Cristián Undurraga, el mismo del Centro Cultural Palacio de La Moneda, quien sigue así haciendo historia.
El lugar cuenta con sala audiovisual y auditorio para 100 personas, además de espacios donde se exhiben sus creaciones visuales y una interactiva, para saber más de ella misma.
Violeta amaba la existencia, a pesar de su final. Debe recordarse que su “Gracias a la vida” lo compuso poco después de un intento de suicidio precedente.
Visitar el Museo Violeta Parra en la avenida Vicuña Mackenna, cruzar un poco más allá el Mapocho y entrar al Barrio Bellavista para llegar a La Chascona de Pablo Neruda, junto a los faldeos del San Cristóbal, será, utilizando esa palabra hoy tan gastada, un “imperdible”.
Pronto, el 2017, será el centenario de su natalicio. Ella merece recibirlo en este lugar, estación inicial, para que ahí comience a crecer una celebración internacional por tratarse de una de las figuras principales del arte latinoamericano. Su proyección en Europa queda a la vista en el auditorio de este museo, financiado por el gobierno de una región gala más central, Île de France.
Esta alma inquieta ya tiene un lugar donde descansar; no en un cementerio, sino en un espacio vital como ella. Uno que entrega vida, comunica, impulsa el arte como modo de ser y estar en el mundo, abierto a todos.
Gracias a la vida, y gracias a sus hijos, que no vendieron sus obras, que guardaron sus fotos, su guitarra, su arpa, hasta su máquina de coser, confiados en que algún día Chile tendría un espacio para acogerla.
Hay en el museo una sala “A lo humano” y otra “A lo divino”, los dos mundos que ella tan bien unió, para que en ellos, finalmente, descanse en paz.
BALANCE DEL DIRECTOR DEL MUSEO EN A 12 ParadojaVioleta amaba la existencia. Compuso “Gracias a la vida” después de un intento de suicidio.