Un viaje entre la evasión
En Puente Alto circula el bus de la línea F 18, del Transantiago. Se trata del recorrido con mayor evasión de la firma STP, en el cual cinco de cada 10 personas no cancela su pasaje. Los usuarios reclaman falencias del servicio y el alto costo de la tarifa, de $ 640. Los conductores dicen que a veces temen cobrar, debido a la violencia verbal y amenazas. Una ruta compleja.
Son las 7.00 horas del miércoles y en la población Bajos de Mena, corazón de Puente Alto, la frase “hola…permiso” reemplaza el usual sonido “Bip” dentro del bus de la línea F 18, que inicia su recorrido en calle Juanita. Entre los pasajeros hay quienes en silencio evaden el pago, mientras lanzan una fría mirada al conductor. Otros, en cambio, intentan colarse en el bus sin ser detectados. Y también están quienes cancelan la tarifa de $ 640, cerca del 48% según la misma empresa STP, que posee el mayor índice de evasión del Transantiago.
Ricardo Díaz es chofer desde hace 48 años. Confiesa que no pide a la gente que cumpla con el pago, pues cuenta que algunos se muestran agresivos e incluso pueden pasar de la amenaza a la violencia física. “Hay que dejarlos, porque si no te pueden agredir. A veces llevan fierros con los que te pueden pegar. Acá uno anda solo”, afirma.
La F 18 circula en el perímetro del sector de Bajos de Mena. En el lugar habitan 120 mil personas que viven en distintas villas construidas en los años 90. Es una zona con falta de servicios públicos -entre ellos locales para recargar las tajetas Bip!-, inexistencia de parques y cuya población es calificada como de alta vulnerabilidad social por las autoridades.
El bus también pasa por la Plaza de Puente Alto, donde muchos pasajeros descienden, toman el Metro y siguen su viaje al trabajo. En esa continuación de la ruta parte de los usuarios se baja en un paradero cercano a la cárcel de Puente Alto. Este bus también recorre poblaciones donde los muros de sus blocks de departamentos se elevan entre grafitis. Las calles de tierra, vacías por las mañanas, contrastan con los paraderos llenos de trabajadores esperando locomoción colectiva.
Aunque en esta línea hay evasión por la mañana, es menor si se compara con lo que ocurre cerca de las 19.00 horas. En una oportunidad, de la cual La Tercera es testigo, de 47 usuarios que ingresan, sólo 23 validan su pasaje.
Por la tarde, el panorama es otro. Cerca de la plaza se encuentra una “zona paga”, donde en sus entradas hay monitores que fiscalizan. Jennifer es una de ellas, quien dice que alrededor de un 30% de los usuarios ingresa a las micros sin validar. “Me han dicho que no me haga problema, porque me podía pasar algo si cobraba”, añade. Sofía, quien pretende subir a la máquina, pasa junto a Jennifer y no la mira. Empuja un carrito de feria verde tras de ella. Explica que no paga porque nadie lo hace, entonces, “¿por qué yo debería hacerlo?”. Sin embargo, admite que sí hay pasajeros, y muchos, que pagan de manera permanente, especialmente mujeres trabajadoras.
Pasadas las 18.00 horas, el bus parte desde una “zona paga” donde hay unas 30 personas esperando a la F 18. Aunque asegura que él paga todos los días, Daniel Herrera justifica la evasión de sus vecinos: “Acá los sueldos son muy bajos y siguen subiendo el pasaje”.
En el siguiente paradero, sube Francisca y Rodrigo, una pareja que ingresa junto a otras 22 personas con “entrada liberada” al bus. Sólo dos veces suena la Bip!. Francisca es hija de un conductor retirado y dice que cada vez que no cancela la tarifa le da “remordimiento” por su padre, pero sigue repitiendo su conducta. Rodrigo es más directo: “Gano $ 300 mil al mes y me gastaría en pasajes, ¿$ 60 mil?, ¿Cuánto me quedaría?”, dice molesto.
Otros usuarios relatan que están disconformes porque el servicio del Transantiago es deficiente. Mauricio Moreno trabaja en una construcción en el centro: aclara que la micro no pasa durante largo rato, que viajan apretados y de pié. Incluso ha visto robos al interior de las máquinas. Por eso, le da lo mismo la evasión: “Pienso que está mal, pero cada uno ve lo que hace”, plantea, indiferente.
Dentro del bus hace calor y húmedad. Apoyado en un pasamanos va un hombre mayor que parece estar con alcohol. A su lado, una mujer lleva a su hija, incómoda. Los choferes aseguran que consumir bebidas alcohólicas o incluso drogas es algo casi frecuente.
Rafael Díaz, ex conductor, plantea que muchas veces hay temor ante quienes se suben. Una imagen que lo impacta es el denominado “secuestro de buses”, donde hinchas del fútbol los obligan manejar, bajo amenaza, hacia los estadios. Su colega, Miguel Díaz, recuerda que lo golpearon y le robaron el bus hace un tiempo. Todo, por no detenerse en un lugar que realmente no era paradero.
Un contraste con los pasajeros evasores lo muestra Isabel, asesora del hogar en Las Condes y quien toma el bus a diario para ir a su trabajo. La mujer dice que cumple con la norma porque “me moriría de vergüenza si no pagara; si la tarjeta sonara sin carga”. En cambio, su vecina Silvia se sube con cuatro niños. También critica que “sinvergüenzas” no paguen, aunque ella tampoco valida el pasaje, porque dice: “Voy por ahí no más”. Se baja a dos cuadras. Al final de la ruta del F18 suben 162 personas. De ellas 125 no cancelan la tarifa.
Diego Muñoz, gerente de Planificación de STP, dice que realizan monitoreos aleatorios para determinar el nivel de no pago. Cuenta que el promedio de evasión alcanza un 48% en el F18, aunque puede subir.
Agrega que esta situación la controlan fiscalizadores, pero no tienen facultades para multar o bajar a los pasajeros de un bus. “Cuando hemos realizado planes para reducir la evasión en sectores como éste, no hemos tenido éxito, producto de la relación hostil que se genera entre fiscalizador y usuario”. Por ello, propone que exista un subsidio para el pago del pasaje en determinados sectores de Santiago.