La vivienda popular, de la marginación a la ciudadanía (Parte III) / por Jordi Borja.
*Puedes revisar la primera y segunda parte de esta columna en los siguientes links.
Vivienda popular y derechos ciudadanos
El derecho a la vivienda es una aspiración más que una reivindicación. La ciudadanía ha internalizado la idea que la vivienda es una necesidad pero no un derecho. A diferencia de la sanidad y la educación que las políticas de “bienestar social” legalizaron en los países europeos, principalmente después de la segunda guerra mundial (1945) y en menor grado en América.1 .
La evolución del capitalismo urbano ha hecho de la vivienda y del suelo una mercancía, uno de los productos que más ha generado acumulación de capital y más ha contribuido a convertir aparentemente a los “proletarios en propietarios”. La especulación urbana del suelo y el mito de que vivienda y suelo son bienes cuyo valor se considera que será siempre creciente. Es el juego de la pirámide, cuando el valor monetario crece sin que ello corresponda a un producto o servicio derivado del trabajo, la pirámide acaba hundiéndose y la base, extensa y de ingresos medios o bajos, pierden lo poco que habían acumulado. La vivienda-mercancía, o valor de cambio, se ha impuesto a la vivienda como derecho, como valor de uso accesible a todos.
La crisis actual debiera cuestionar entre la ciudadanía validez del boom inmobiliario. Alguna autocrítica debieran hacer los expertos la mayoría de los cuales han legitimado la burbuja inmobiliaria y la urbanización especulativa.2
Existe una cultura subyacente del derecho a la vivienda: el proceso de la vivienda marginal a la vivienda ciudadana. La cuestión se concreta en la tenencia del suelo3 y en consecuencia de la vivienda. Y la segunda condición es la localización en el ámbito urbano.
El proceso histórico ha seguido una secuencia lógica, aunque no justa. La afluencia de migrantes (procedentes del campo, de otras regiones y más tarde de otros países) al mercado de trabajo y de consumo que es la ciudad se ocupan en los trabajos mal remunerados o en actividades informales. Muchos no pueden acceder al mercado formal de la vivienda y se instalan en barrios degradados y, sobretodo, en zonas periféricas y viviendas autoconstruídas. Su status jurídico y urbano es precario, como lo es su trabajo, son sobreexplotados en el mercado laboral y en la ciudad, que no les remunera con el salario indirecto que les corresponde (vivienda digna, servicios básicos, transportes, etc). Pero esta población allegada construye ciudad, en su trabajo y consolidando su habitat: mejoran su vivienda, hacen calles, consiguen agua, etc. Arraigan en el territorio y valorizan su modesta casa, que en algunos aspectos resulta adecuada y es querida. La ciudad formal con el tiempo tiende a integrar lo que era no-ciudad o off ciudad. En muchos casos la tenencia de los ocupantes es precaria. Cuando se combinan por una parte la capacidad de los pobladores para reivindicar su barrio, su casa y también las mejoras del habitat y de los servicios públicos. Por otra parte actúa el gobierno local, presionado por una población que deviene actor social, se plantea una intervención en la zona para “ciudadanizarla”. A veces hay experiencias positivas en las que se mantiene la población y su entorno específico. Sin embargo la lógica del mercado tiende a excluir a los sectores de más bajos ingresos, a promover viviendas nuevas o rehabilitadas que no siempre son accesibles a los antiguos residentes, incluso a demoler zonas de viviendas de baja calidad para substituir no solo el habitat existente, también la población.
La resistencia social expresa el valor de uso de la vivienda y su entorno frente al valor de cambio que representan los invasores y de facto muchas veces las administraciones públicas. Una cuestión básica es “legalizar” la tenencia del suelo cuya ocupación se ha consolidado incluso cuando la vivienda es precaria o la localización no es adecuada. Es el medio de que pueden disponer los pobladores para resistir y negociar con las administraciones públicas y los inversores privados. Los inmigrantes procedentes de otros países son los más vulnerables. Los que llegaron a la ciudad, locales o foráneos, se instalaron a pesar suyo, en los márgenes, han vivido o viven distintas formas de exclusión social y territorial. Son el “ejército de reserva de mano de obra”. La vivienda es a la vez un factor causal de exclusión o una consecuencia debida a la pobreza, la extranjería o la etnicidad. En todo caso la vivienda es o puede ser un medio de primera importancia, no único ni suficiente, para superar la exclusión. Este medio es la vivienda ciudadana y depende mucho de su localización. Es la vivienda integrada en el tejido urbano compacto, denso, en el que se mezclan poblaciones y actividades, que facilita el acceso al trabajo, al consumo y a los servicios. La vivienda es uno de los elementos que hacen la ciudad, pero sin estar integrada a la ciudad la vivienda no es vivienda adecuada. Un concepto clave es el derecho a la ciudad.
El derecho a la ciudad no es una suma de derechos adquiridos y prexistentes. Al contrario, es el derecho a la ciudad el que “perfecciona” (en sentido jurídico), da contenido real y formal a los derechos a la vivienda, a la movilidad y accesibilidad, a la centralidad y a la visibilidad de la población o del conjunto de viviendas, al espacio colectivo y a los servicios cualificantes, a los elementos significantes que crean identidad del lugar y distinguen y a la vez enlazan el lugar con el conjunto ciudadano, etc.4 En el caso de la vivienda si se dan formas de exclusión territorial, sea debido a la precariedad de la propiedad del suelo, a la falta de transporte, al déficit de servicios básicos, a la invisibilidad, etc. En este caso no se trata de una vivienda ciudadana, es al contrario, un factor excluyente. En la ciudad actual, ciudad metropolitana, región urbana confusa y difusa, urbanización sin ciudad… la vivienda tiende a aparecer desvinculada de la ciudad. No es una fatalidad del “desarrollo”, es resultado de una política, consciente o no, anticiudadana y antipopular.5
Las políticas públicas de vivienda destinadas a sectores populares, suponiendo que el objetivo real sea realmente proporcionar vivienda a esta población (o sacarse un problema próximo de encima) tiene aspectos perversos en la mayoría de casos[6]. Se ubican las operaciones donde hay suelo disponible y de bajo precio, con frecuencia en tierra de nadie, lejos de los centros ciudadanos, desligados de las tramas urbanas. A los pobladores se les impone la segregación, en un entorno lacónico, en un habitat que atomiza. La administración pública cede la gestión y la construcción casi siempre a constructoras privadas, sin un pliego de condiciones pactado con los habitantes y con la debida inspección administrativa y vecinal. Los standares no se cumplen o son inadaptados a los residentes, los materiales son deficientes y las viviendas insuficientes. La gestión burocrática no ofrece ninguna participación efectiva a los futuros residentes, se fabrican productos llaves en mano inadecuados a muchas familias, sin preocupación por la funcionalidad ni por la estética. Hay déficit de mantenimiento de las viviendas y de los entornos, agravado por la deficiencia de los servicios públicos. Las poblaciones se sienten no reconocidas, una masa anónima a la que se trata poco y de forma individualizada. El diseño el conjunto no tiene en cuenta casi siempre la convivencia, la buena imagen del conjunto, los elementos icónicos significantes. Se menosprecia todo lo que es especificidad, estética, visibilidad, razones para sentirse a la vez ciudadano igual a los otros y vivir en un lugar especial, sentirse orgulloso del lugar. Es un derecho.
Hay actuaciones sobre las zonas de vivienda popular, degradadas o informales, que se plantean como una recalificación de la zona lo cual conlleva deslocalizar a una parte o a toda la población residente. Se justifica con el argumento que el interés general requiere esta transformación pero a cambio que se les proporcionará un habitat de mejor calidad. En unos casos se aprovechan las catástrofes (terremoto, inundación, incendio, etc), o grandes eventos (Exposición internacional, Juegos deportivos, congresos de Naciones Unidas o similares). En otros se programan intervenciones en zonas apetitosas para las inversiones especulativas, un centro histórico, una zona portuaria que pierde gran parte de su actividad in situ, la transformación de una zona ferroviaria o la reconversión de una zona industrial y en general las grandes obras públicas. Se utilizan instrumentos de planeamiento o programación como los planes estratégicos o los grandes proyectos urbanos para legitimar estas operaciones. En algunos casos se mantienen gran parte de la población residente pero al faltar una voluntad política operativa que garantice su mantenimiento la evolución del mercado, la generación de plusvalías y el aumento del precio del suelo y del metro cuadrado construido expulsa a sectores de bajos ingresos. Aunque haya habido voluntad política inicial de recalificar la zona el éxito de la operación tiene efectos perversos, se expulsa a la población a la que se pretendía favorecer.
Como se señala en distintos trabajos de Alfredo Rodríguez y otros/as ya citados no se valora el arraigo de la población en un territorio determinado[7]. Václav Havel decía que las personas deben sentirse dueños e integrados en un lugar, o mejor dicho en lugares a diversas escalas. La habitación el niño o adolescente, la casa de los adultos, la calle que cruza cada día, el barrio, la ciudad. Incluso la celda en la que estuvo recluido Havel escribió que sentía que su casa era la celda i desde allí se proyectaba hacia el exterior6. Sin casa y sin un entorno físico y social el individuo puede sentirse más de una región, de un país, de un continente. Los desarraigados, no insertos en tramas sociales de proximidad flotan en la nada, no son de ninguna parte. No son, no ejercen, de ciudadanos. Lo cual nos lleva al ciudadano que es más que uno, es conciudadano. Se es ciudadano con los otros, junto a ellos, compartiendo cotidianidades y rutinas, pautas de comportamiento e intercambio de servicios o palabras, y si cabe expresando demandas y derechos.
Lo cual nos lleva a los derechos individuales y colectivos. La democracia liberal-representativa y la economía capitalista-consumista mitifica al individuo, usuario, cliente y comprador. Pero en el ámbito del trabajo como en el da la ciudad se expresan intereses y valores colectivos y confrontados. Es obvio en la relación capital-trabajo. También estas contradicciones están presentes en la ciudad entendida en un sentido lato, expansivo, en la urbanización. Actualmente las regiones urbanas son posiblemente el ámbito mayor de acumulación de capital. Pero también las ciudades son el ámbito de la reproducción social. Sin embargo la especulación utiliza esta demanda de la ciudadanía para pervertir la producción de viviendas, equipamientos, infraestructuras, etc. Lo cual conlleva una producción ficticia puesto que el beneficio especulativo va en detrimento de la oferta real adecuada y de la demanda solvente posible. La economía especulativa es un atentado a la reproducción social.7 El capitalismo financiero ha multiplicado la acumulación de capital mediante el uso especulativo del territorio, con altos costes sociales y ambientales sin otra producción que movimientos de capital y producción de viviendas de mala calidad y de localización desarraigada del tejido urbano. Se atomizan los colectivos sociales como individuos aislados y los costes sociales y ambientales empobrecen las necesidades de reproducción social. Pero esta tendencia perversa generada por las políticas neoliberales genera reacciones sociales “comunitarias” o de clase.
Las demandas de vivienda no pueden separarse del conjunto de las viviendas, ni de los equipamientos y de los servicios de uso colectivo, del espacio público y de los transportes, etc. Los movimientos populares sean por la vivienda, por la seguridad o por el acceso a los bienes comunes (agua, energía, aire, medio ambiente, etc) dan lugar a la exigencia de derechos colectivos. Hoy se actualizan los “commons” o comunes que ya apuntamos al inicio de este texto. Y se desarrollan prácticas novedosas, a medio camino entre lo privado y lo público, como son experiencias de economias colaborativas; viviendas plurifamiliares compartidas, o autos; intercambio de bienes y de servicios; poner en común bienes inicialmente individuales; etc. Es lo que se ha llamado la ciudad colaborativa.
La ciudad colaborativa8 es una propuesta emergente que pretende vincular los intereses generales con vocación igualitaria (en teoría monopolio de los Estados) con el afán de autonomia individual y con la diversidad de los colectivos sociales. Es un intento de superar la burocratización estatalista de la deriva del welfare setate y el individualismo salvaje del neoliberalismo.
La ciudad no es solo el lugar de experimentar, es desde donde se puede transformar la relación de la producción y el consumo con el medio ambiente y los recursos básicos, una renovada concepción del trabajo y del ocio, la convivencia activa de la ciudadanía organizada y su relación con las instituciones, la generación y la difusión del conocimiento, la innovación económica como por ejemplo la creación de monedas complementarias. La ciudad colaborativa se desarrolla principalmente en el consumo (uso conjunto del auto, compras conjuntas de alimentos) y el intercambio de servicios. También en la producción (rehabilitación de las viviendas, huertos colectivos, reparación de computadoras o electrodomésticos). También crea espacios para la convivencia, el intercambio de conocimientos y la producción de ideas. La ciudadanía organizada se erige en contrapoder de las instituciones del Estado. En la práctica la ciudad colaborativa mezcla trabajo, consumo, relaciones sociales, ocio e innovación. Se mezclan también afán individual de ahorrar; conciencia crítica del despilfarro, de la necesidad de gestionar los recursos naturales; establecer lazos sociales con el entorno; ampliar conocimientos y expresar aspiraciones de una sociedad mejor. Pero el lector de pronto exclamará: pero si estamos descubriendo el Mediterráneo o la sopa de ajo. No es a caso lo que han hecho los que se instalan en las puertas de las ciudades, se toman el terreno, se ayudan en la construcción de viviendas, cocinan “ollas populares”, se organizan en el cuidado de los niños, se unen para transportarse por grupos; etc. Si, pero lo que antes era el primer paso para hacerse ciudadano ahora son los sectores medios y populares con arraigo antiguo en la ciudad los que recuperan y amplían los ámbitos de la colaboración. La ciudad colaborativa genera su propio lenguaje.
Hemos entrado en una época de reconquista del lenguaje. A lo largo de las últimas décadas se ha pervertido el lenguaje, que inicialmente tenía un sentido real y de interés común y luego ha servido para intereses particulares y excluyentes. Los organismos internacionales han jugado un rol importante legitimando conceptos equívocos y que oscurecían la realidad. La competitividad por ejemplo. Se consideró que la globalización obligaba a los territorios y a las ciudades a ser competitivos. En nombre de lo cual se hacían planes estratégicos o grandes proyectos urbanos en nombre de la competitividad. No solo la ciudad y las viviendas se consideraban mercancías, era todo el territorio, se compraba y depredaba el futuro. Para compensar la dureza de la competitividad se legitimó la participación. Y se institucionaliza y se pervierte, se convierte en una trampa. Se crean mecanismos de consenso pasivo, se eligen individuos al azar o se clientelizan algunas organizaciones sociales y se convierten a teóricos representantes ciudadanos en cómplices de las nuevas políticas al servicio de la acumulación de capital. Más recientemente se exalta la resiliencia, uno de los últimos productos de los organismos internacionales solamente operativos para crear confusión, Habitat incluido. Usted, sin techo o sin trabajo, o ambas cosas, es usted fantástico, no sabe el potencial que lleva dentro. Tenga iniciativa, confianza en sí mismo y saldrá adelante. Pero no busque la solución en las políticas públicas, el Estado del bienestar se acabó, el exceso de democracia provocó las crisis, le toca a usted espabilarse, ser competitivo, sea empresario de sí mismo.
En resumen, si usted no tiene techo ni trabajo, y no sabe como salir de esta situación, es que es un fracasado al que “ni el tiro del final te va salir”.9 La ciudad colaborativa ha iniciado la construcción de un nuevo lenguaje, como la conciuadadanía, la desmercantilización, la producción de bienes accesibles a todos, el don como una forma de relación, el ocio es productivo como lo es la convivencia, etc. Es solo un principio.
El gran Foro Urbano de 2016, el Habitat III, puede ser una confrontación de lenguajes. La confrontación entre la ciudad competitiva y la colaborativa, entre el territorio todo urbanizado y los sistemas de ciudades y barrios multifuncionales y de mixtura social, entre la democracia representativa y centralizada y la descentralizada y deliberativa, entre el poder economíco capitalista y los contrapoderes populares, entre la existencia de bienes y servicios de interés general privados y la publificación de los bienes y servicios comunes, entre la vivienda mercancía y la vivienda promovida por promotores sociales y bancas públicas y éticas, entre el carácter sagrado de la propiedad privada y la reapropiación de bienes indispensables para la vida en común como el suelo, entre la resiliencia y la solidaridad.
La ciudad como la vivienda es un proceso continuado, que no se puede dejar en manos exclusivas ni de gobernantes, ni de profesionales (arquitectos, urbanistas, etc) ni de los promotores y constructores. Y menos aún de los bancos y de los propietarios de suelo. Es la ciudadanía organizada que debe promover y guiar las dinámicas urbanas. En este proceso debe conquistar los derechos legítimos socialmente pero no formalizados o si lo están pero que en realidad la mayoría o amplios sectores de la población no los pueden ejercer, como es el caso de una vivienda digna e integrada en la ciudad. Los marcos político-jurídicos imponen límites o sencillamente prohiben en muchos casos el ejercicio de estos derechos por considerar que hay otros derechos de una minoría que en realidad son privilegios. Estamos en una época de derechos (legítimos) que se confrontan con el Derecho (positivo). Por una parte se proclaman los derechos humanos en los grandes eventos, en los tratados internacionales, incluso en las constituciones. Pero lo contradicen el conjunto del Derecho codificado, las leyes y reglamentos, las políticas públicas y la judicatura. Predomina el ámbito protegido de la propiedad privada y de la mercantilización de los bienes comunes y los servicios de vocación universal. Los derechos básicos no son contemplados en las legislaciones, no los desarrollan, o simplemente los contradicen. Es una época que exige proclamar como el viejo jurista progresista italiano, Stéfano Rodotá “El derecho a tener derechos”.10 Esta época de cambio, de hegemonía de la globalización financiera, de la especulación económica antiproductiva, de la progresiva exclusión social y crecientes desigualdades y de impotencia y complicidad de los Estados teóricamente representativos la ciudadanía tiene que apropiarse de un derecho básico: la insurrección democrática en nombre de los derechos.11
- La educación pública, gratuita y universal se desarrolló en algunos países como Francia ya en el siglo XIX pero hasta los12 o 14 años. La sanidad después de 1945 y en Estados Unidos aún no se ha conseguido. La vivienda pública o social tuvo un potente desarrollo en el Reino Unido favorecido por la fuerte presión social una vez terminada la guerra cuando se tuvo que promover la reconstrucción de las ciudades bombardeadas por las tropas alemanes. Ver el film de Ken Loach “El espíritu del 45”, op.cit. En el Reino Unido los gobiernos locales tienen la competencia (y por lo tanto los recursos) para promover la vivienda lo cual favoreció unas políticas de vivienda integradas en la ciudad y también innovadoras (desde la ciudad-jardín anters de la guerra hasta las new towns de después). [↩]
- En el Informe del Banco Mundial de 2009 consideraban como uno de los principales indicadores de “desarrollo económico” la urbanización extensiva en las periferias urbanas, es decir el mecanismo principal de especulación del suelo y de construcción de viviendas en tierra de nadie que en gran parte no se podrán vender. La crisis del boom immobiliario estalló en 2007. Los expertos del Banco Mundial no solo han sido cómplices del boom, además son uno imbéciles. Como dijo Fouché, jefe de policía y ministro del Interior de la primera República, de Napoleón y de la Restauración Monàrquica, “es peor que un crimen, es un error”. [↩]
- Veáse el trabajo especialmente interesante de A.Sugranyes “La (in)seguridad de la tenencia. Terremoto27 F, negocios immobiliarios y amenazas de desalojos”. De la misma autora su nota sobre las comunidades mapuches, un ejemplo como una vivienda tradicional, informal, autoconstruída, puede tener una relativa calidad material y socio-psicológica. Sobre la vulneración de la tenencia, el texto de F.Jiménez en Villa Francisco Coloane y sobre los migrantes en la ciudad el de A.Sandoval. Todos estos textos forman parte de la obra ya citada (“Con Suburbios…”). Estos textos están incluidos en la obra citada “Con suburbios y sin derechos”. [↩]
- Solamente citamos los derechos estrictamente urbanos pero el derecho a la ciudad incluye derechos socio-economicos (educación, formación continuada, asistencia sanitaria, protección social, renta bàsica, ocupación, etc) y culturales y políticos, especialmente la igualdad de derechos político-jurídicos entre nacionales y residentes no nacionales y la organización política local descentralizada y participativa. Sobre el derecho a la ciudad ver los dos textos complementarios de Harvey y Borja en el libro colectivo “Ciudades, una ecuación imposible” (2012). [↩]
- El autor ha expuesto esta nueva realidad urbana y su relación con los derechos en “La revolución urbana y los derechos ciudadanos”, Alianza Editorial, Madrid 2013 y Café de las Ciudades, Buenos Aires, 2014 [↩]
- Havel, escritor y político, encarcelado en los años 70 y de 1979 a 1984, lideró la “revolución de terciopelo” y fue el primer presidente de la nueva república checa (1990-2003). [↩]
- Ver “Ciudades, una ecuación imposible”, eds, Belil, Borja y Corti, Editorial Icaria, Barcelona y Café de las Ciudades, Buenos Aires, 2012. Sobre la cuestión acumulación de capital y reproducción social ver especialmente los textos de Naredo, Borja y Harvey. En este texto se recupera una idea de Marx que se aplica muy bien la crisis actual: la especulación que multiplica el dinero invertido sin necesidad de generar un producto o servicio, es decir sin contrapartida de trabajo acumulado es un expolio a los trabajadores pues atenta a su salario directo e indirecto. [↩]
- Ver el artículo del autor: “Crítica de las smart cities: poder, ciudadanía y negocio.” Publicado en la revista digital Sin Persmiso (setiembre 2015) y en tres partes en Plataforma Urbana (setiembre-octubre 2015). Sobre la “ciudad colaborativa” y su relación (o oposición) con las smart cities ver Valerie Peugeot, “Colaborativa o inteligente? La ciudad entre dos imaginarios” (versión en castellano, UOC, Programa Gestión de la Ciudad y Urbanismo,2015. Y de Michael Batty, “Big data, smart cities and city planning”, Dialogues in Human Geography, 2013. Sobre la ciudad colaborativa frente a la mercantización de la ciudad, la vivienda y los servicios de interés general ver Rachel Botsman: What’s Mine is Your’s: The Rise of Collaborative Consumption, New Cork, HarperCollins, 2011. Y el dossier de la revista Esprit, Le partage, une nouvelle économie ? (julio 2015). [↩]
- “El exceso de democracia” fue uno de los sloganes del Informe de la Trilateral de 1974, organización de grandes financieros e intelectuales muy conservadores. Ver “La crisis de las democracia”, obra promovida por David Rockefeller, fundador de la Trilateral y cyuyo coordinador principal fue el ideólogo conservador Samuel Huntington (1975).Fue una de las banderas que pusieron en práctica Reagan Thatcher y el FMI, hasta hoy.En cúanto a la frase con la que termina el párrafo del tango Desencuentro, de Troilo con letra de Cátulo Castillo. El verso completo con que termina el tango dice: “Creíste en la honradez y en la moral…. ¿qué estupidez! / Por eso en tu totala fracaso de vivir / ni el tiro del final te va salir”. [↩]
- S.Rodotá, “Il diritto a avere diritti”, Editorial Laterza, 2012. Ver también “No hay derecho(s). La ilegalidad del poder ne tiempos de crisis”. Editorial Icaria, 2011. [↩]
- Véase “Ciudadanía” de E.Balibar, editorial AH, Argentina, 2013 y “Democracia, insurrección ciudadana y Estado de derecho” de J.Borja, Revista La Maleta de Port Bou, nº 12, 2015. [↩]