Columna El Observador Urbano: “Todos somos Pritzker”
Uno puede preguntarse si el Premio Pritzker otorgado a Alejandro Aravena es un logro personal o nacional. Si solo podemos celebrar que un chileno haya logrado la máxima distinción mundial en su ámbito o si también hay una dimensión mayor que nos concierne a todos.
Como las ciudades en Chile crecen mal y nuestras viviendas sociales no son un modelo satisfactorio, parecería que el hecho debiera avergonzarnos; nos deja expuestos. Aravena habría surgido para remediar tales males. Pero todo tiene sus matices; poco y nada se venden libros clave de la Mistral y Neruda, e igual nos presentamos como país de poetas y ellos son “rostros de Chile”.
¿Debiera Aravena ser otro?
Si hay algo que tenemos a favor es que el problema de la vivienda social se nos hizo presente apenas las ciudades industrializadas se rodearon de periferias insalubres. De inmediato el mundo católico en París y Bruselas reaccionó y se hicieron eco los católicos sociales de Chile y lo mismo los socialdemócratas, con su fe ciega en el Estado; de Berlín y Viena saltan a Santiago las fórmulas para que el país asuma su responsabilidad, no los privados.
Faltaba la industria capaz de producir lo necesario y recién con Juan Antonio Ríos, a mediados del siglo XX, logra Chile una maquinaria capaz de actuar a gran escala. Pero coincidió con la migración campo-ciudad, la explosión demográfica y todo fue insuficiente. Es lo que impulsa en 1944 al futuro santo Alberto Hurtado a fundar el Hogar de Cristo.
La pobreza urbana se hizo insoportable y surgieron respuestas como la del Instituto Río Colorado, de viviendas de producción industrial masiva, transportables, las que se multiplicaron en cinco países de la región a partir de 1968. Las mediaguas no eran suficientes.
Los esfuerzos son muchos. No es casual que una discípula de Fernando Castillo Velasco -quien también ensayó varias fórmulas y por ello obtuvo el Premio América 2000-, Joan Mac Donald, de la Universidad Católica, primera arquitecta subsecretaria de Vivienda (1990-1994), haya pasado a presidir el Servicio Latinoamericano, Africano y Asiático de Vivienda Popular (Selavip), al servicio de mil millones de clientes sin techo. Su política era necesaria; no llamar a propuestas por la vivienda más barata, sino establecer un monto posible de financiar y escoger el mejor proyecto de ese valor. Podemos agregar Un techo para Chile, hoy expandida a 18 países de la región.
A lo que vamos es a que hay una tradición chilena que, reactivada por el Premio Pritzker, podría favorecer un desarrollo de las ciudades y viviendas sociales, considerando que Aravena es portador de esa lógica de calidad obtenida con bajos recursos y tiene la inquietud urbana.
La acción en las ciudades es contagiosa; cada vez que uno ve un mejoramiento urbano, aprecia de inmediato una irradiación en un sector más amplio. Con el ejemplo de La Legua, con su mala fama de delincuencia y narcotráfico, su planta enrevesada de pasajes ciegos o laberínticos, el escepticismo era grande. La construcción de unas 250 viviendas sociales de estándar superior a la media, con apertura de calles y de una avenida Mataveri para despejar la traza, dejó a la vista que aun ahí, mediante un Plan Maestro de Renovación Urbana, se puede marcar una diferencia.
En dos fases, con inicio en el gobierno anterior y desarrollo en el actual, una vez más queda en evidencia que las acciones urbanas deben ser profesionalizadas, tener una lógica que supera a la coyuntura política, ser tema nacional. Y el Premio Pritzker puede actuar como el detonador que hacía falta para que la arquitectura se aleje de su condición “irrelevante”, como dijo Aravena, de diseño escultórico para fotos de revistas y libros especializados, mientras las grandes mayorías padecen un más oscuro escenario en la realidad. Con persistencia y estrategia, tal como la arquitectura enriquece a una ciudad, la ciudad puede salvar a la arquitectura.
DesafíoSi hay algo a favor, es que el problema de la vivienda social se nos hizo presente apenas las ciudades industrializadas se rodearon de periferias insalubres.