Vivir a metros de la basura de Santiago
La basura es producto de la vida diaria. Miles de toneladas se generan en Santiago, pero pocos se preocupan de donde van a parar. Este es el testimonio de las personas que deben vivir con el peor vecino imaginable, los desechos de siete millones de personas.
“Intendente, yo lo invitaría a comer sandía a mi casa, pero no puedo, por las moscas”, le dice Sandra Mateluna, vecina de Lo Herrera a Claudio Orrego, Intendente de la Región Metropolitana, dos días después de que un incendio originado en el relleno sanitario Santa Marta, ubicado en esa localidad, invadiera con una nube de humo gran parte de Santiago, provocando el cierre temporal de la planta.
Pero esa emergencia, que puso en el mapa a Lo Herrera, es la más reciente de una larga lista de problemas que tiene la comunidad. “Acá corre una acequia entre nuestras casas donde tenemos que tirar todos los desechos porque no poseemos alcantarillado. Todo eso termina en una poza séptica que no está tapada. Vaya usted a ver, a respirar lo que respiramos”, le dice María Sepúlveda Ulloa, la madre de Sandra, a Orrego.
En Santiago existen cuatro rellenos sanitarios. Tras el cierre indefinido de Santa Marta, dos de los restantes absorbieron la basura que antes iba a Talagante. Estos son Lomas de Colorado, de la empresa KDM, y Santiago Poniente, de Proactiva Medio Ambiente Chile. Al igual que Santa Marta, ambos están ubicados cerca de poblaciones.
En el caso del primero, está en la comuna de Til Til, un lugar predominantemente rural, donde habitan unas 15 mil personas, quienes reclaman que los han convertido en el “patio trasero de Santiago”. Por el frente de la plaza, cada dos o tres horas, pasa el tren que lleva los desechos al relleno sanitario de Lomas de Colorado, de la empresa KDM. Este lleva más de una veintena de contenedores sellados, marcados por el logo de la empresa y grafitis de colores brillantes.
Este relleno es uno de los más grandes del país. “Nosotros recibimos todos los días alrededor de siete mil toneladas, y podemos aumentar en un 20% o 30% ese volumen. Como vida útil tenemos 100 millones de toneladas, y llevamos alrededor de 35. Hablando en años, podemos seguir operando hasta 2045”, comenta Arturo Arias, sub gerente de ingeniería de medio ambiente de KDM.
Desde lo alto del relleno se puede ver el pueblo de Montenegro, a escasos kilómetros del lugar. Se trata de una localidad pequeña, de mil personas, con una calle principal pavimentada interceptada por pequeños callejones de tierra. Esa calle corre en paralelo a la vía del tren, que pasa por el patio trasero de buena parte de las viviendas, quienes día a día lo ven desde sus ventanas. Montenegro carece de muchos servicios básicos, no tienen agua potable ni están conectados al sistema de alcantarillados. El colegio del pueblo llega solo hasta octavo básico, y quienes quieran completar la enseñanza media deben ir a Llay Llay o a Santiago.
Leslie Calderón vive con sus hijos de 9, 7 y 6 años y llegó a esa localidad hace 5 años, buscando un lugar seguro y tranquilo para sus hijos. Su preocupación son las moscas. “Yo me puedo gastar una lata de tanax al día y no saco nada. Y si no te enfermas del estómago por el olor te enferman las moscas”, dice. Según ella, estos insectos son los responsables de las infecciones, pero no sabe quién es responsable de su proliferación. “Si me preguntan de dónde vienen, chuta, tengo tantas variables que no sabría qué decir. Puede que sea difícil de entender que uno viva acá, con todo esto, pero esta tranquilidad, esta seguridad para mis hijos, no lo cambio por nada”.
En un radio de 10 kilómetros del pueblo está el relleno sanitario; la planta de aguas servidas de La Farfana, de Aguas Andina; el criadero de cerdos de Porkland; y una planta de tratamientos de algas. Según las autoridades municipales, Montenegro vive una emergencia sanitaria permanente que para los vecinos se traduce en malos olores y millares de moscas. De acuerdo a personal de la posta del pueblo, los residentes presentan una tasa muy alta de infecciones gastrointestinales.
“Acá, uno se bate con lo que hay”, dice Daniela, quien no quiso revelar su apellido. Ella es una de las técnicas en enfermería de la posta de esta localidad, a la que va un doctor todos los jueves, y el resto de la semana son técnicos en enfermería quienes atienden. Cuenta que los remedios son pocos y siempre están justos, sobre todo para las infecciones gastrointestinales. En la sala de espera está sentada Ana Vergara, de 60 años. Ya tiene el pelo completamente cano y la mirada cansada. Ella es “nacida y criada” en Montenegro, y como muchos, quiere a su pueblo, a pesar de todos los olores y peligros para la salud. Lo quiere porque lo recuerda como fue alguna vez, cuando era la mitad de lo que es ahora. Cuando era un pueblito en medio de un valle fértil y en los veranos sentir las brisas del valle no era motivo de asco.
La Municipalidad de Til Til está molesta, pues no fueron invitados a la mesa de diálogo para buscar las soluciones por la emergencia sanitaria. “Hay una deuda histórica pendiente. La solución para el gran Santiago no puede ser siempre Til Til”, dice Gabriel Segovia, alcalde (S) de la comuna.
El camino de entrada al relleno sanitario de Santiago Poniente pasa por varias poblaciones de Maipú. La más cercana es Lo Vial. Luego del cierre de Santa Marta, este lugar absorbió los desechos de 20 comunas de Santiago, cuadriplicando el ingreso de material. La calle de entrada es de dos vías, con casas a cada lado. Es una calle normal de un barrio cualquiera, excepto que el pavimento está oscuro y húmedo, entre los líquidos que caen de los camiones y el agua que usa la Proactiva Medio Ambiente Chile, dueños del relleno, para tratar de limpiar el cemento.
Los camiones pasan uno tras otro y el ruido hace difícil ver televisión, o escuchar radio o conversar en la calle. Nuevamente las moscas buscando colarse por las ventanas y el olor impregna todo. “A nadie le gustan estas empresas. Desgraciadamente nos tocó a nosotros. Al principio fue bien difícil y luchamos a diario para que no se instalara. Nosotros somos gente de campo, pero bueno, tuvimos que buscar cómo vivir”, dice Verónica Gutiérrez, la ex presidenta de la junta de vecinos de Lo Vial.
Pero no todos los vecinos comparten esa mirada. Juan Valenzuela está sentado en un pequeño muro, junto a su esposa que vende tortillas a orillas del camino, en un carro de supermercado. Explica que los olores se sienten, que salen de la calle misma por donde pasan los camiones “y cuando el viento corre desde el cerro, los olores llegan y son bien fuertes”.
Raúl, que nos pidió que reservásemos su apellido, llegó a vivir hace cinco años a Rinconada. El sabía que estaba el relleno, pero no esperaba encontrarse con los camiones pasando entre medio de las casas. Esto se intensificó al final de semana, cuando se comenzaron a registrar filas de estos vehículos a la entrada del relleno. “Lo que molesta es que pasan a cada rato a gran velocidad, no respetan el lomo de toro y remecen toda la casa. Botan el liquido percolado y se ha llenado de moscas”, dice Bernardita Pérez.
Raúl dice estar cansado, y que a pesar de las buenas intenciones de la empresa, él no ve la ayuda a la comunidad que le prometieron. “Somos el basural de Santiago, y a nadie le importa, porque las otras comunas no saben lo que es vivir en un basural”,señala Juan Valenzuela, que sigue sentado, cabizbajo, mientras su esposa espera paciente a que entre los camiones pase un auto que quiera comprar sus tortillas.