Columna El observador urbano: La ciudad, puertas afuera
Hay dos grandes olas urbanas que se cruzan sin enfrentarse. Una la provocan los que quieren entrar a la gran ciudad como el lugar del empleo, la educación superior, los centros de salud y museos, los espectáculos e instalaciones deportivas; y la segunda es la de los que quieren irse.
¿Por qué irse de Santiago? Hay una tendencia mundial. Afuera de las grandes urbes hay espacios abiertos, más calma y vegetación, aire limpio, todo atractivo para las parejas jóvenes que quieren iniciar una familia o jubilados interesados en tener tranquilidad en sus últimos años, sin portonazos ni rodeados de altas rejas.
Para los profesionales es cada vez más posible porque aumenta el número de grandes empresas que se alejan de las áreas urbanizadas en busca de suelo más barato. Total, muchas no necesitan estar adentro porque habitan en el espacio digital. También se multiplican los que están a medio camino, los que optan por vivir en pueblos cercanos o parcelas de agrado. Si hay una buena conectividad, recorren hasta 50 o más kilómetros cada día, alternativa que en Santiago ya existe hacia el sur y, eventualmente, al poniente; la semana pasada entró al sistema de impacto ambiental el metrotrén a Melipilla.
Un factor que se está volviendo muy relevante en varios países en este retorno a lo rural es el de la inseguridad, en especial por la delincuencia violenta de adolescentes, de niños incluso, indiferentes ante el dolor ajeno. Ellos están más fuera de la ciudad que adentro, la miran desde la periferia y los objetos deseables que la ciudad contiene son muchos. Entrar a llevarse algo es tentador cuando sus posibilidades de participar en el consumo son bajas, tan bajas como las de ser atrapados y castigados.
Los pensadores católicos sociales lo advirtieron hace un siglo. La ciudad no es una suma de construcciones y espacios intermedios, ni el hogar una solución básica levantada junto a otras miles, lejos de todo. Pero la vivienda social, para aumentar su número, se fue localizando cada vez más lejos, en conjuntos cada vez mayores, en guetos exteriores.
Nuestros gobiernos asumieron la tarea de darle techo a los necesitados, pero sin los recursos suficientes. Lo levantaron sin equipamiento, sin infraestructura, sin hospitales y escuelas, sin plazas y bibliotecas, sin cines ni estaciones de policía, sin ciudad.
Ahora, cuando la situación hace crisis, aumentan los estudios, pero los pilares que sostenían a la comunidad humana están débiles. Todos perdieron prestigio, la familia y la religión, el barrio y la educación, los cuatro fundamentos clásicos de la formación ciudadana.
La primera mitad del siglo XX, la tecno-industrial, arrasó con el medio ambiente dejando a la segunda parte, a partir de los años 60, la creación de una cultura capaz de disminuir sus impactos, proceso que se calcula estará maduro hacia el año 2050.
Algo así falta en las ciudades. Medir las secuelas de las políticas habitacionales e inaugurar una cultura que asuma las consecuencias de construir viviendas sociales fuera de las áreas consolidadas, para personas que ahí no se sienten ciudadanas.