Cuando la filantropía se transforma en museo
Por: Denisse Espinoza A.
“El auténtico coleccionista no está atado a lo que colecciona, sino al hecho de coleccionar”, escribió la ensayista estadounidense Susan Sontag en su libro El amante del volcán, donde realiza una detallada descripción sicológica de un coleccionista. La escritora habla sobre el apetito insaciable, característica que separa al coleccionista de cualquier otro comprador de objetos. Pero también alude a otro rasgo no tan evidente: el verdadero coleccionista hará todo lo posible para poner a salvo su acervo, incluso si eso significa donar en vida su tesoro, antes de que caigan en manos equivocadas, incluidas las de sus propia familia.
Algo así le ocurrió a Sergio Larraín García Moreno. Además de legar grandes obras de arquitectura moderna a la ciudad como el edificio Barco, frente al Cerro Santa Lucía, o el Oberpaur en calle Huérfanos con Estado, el arquitecto decidió, a fines de los 70, que era hora de encontrar una institución que resguardara su valiosa colección de piezas arqueológicas. Se dirigió al entonces alcalde de Santiago, Patricio Mekis, quien acogió la idea de crear un Museo de Arte Precolombino, el que abre sus puertas en el antiguo Palacio de la Real Audiencia en 1981. Originalmente eran cerca de mil piezas, que hoy se han triplicado.
“La colección de Larraín no tiene un sentido cronológico, pero si una gran coherencia estética, allí radica su valor. El quería que nos sintiésemos orgullosos de las hermosas piezas que podía elaborar la gente de este territorio”, señala Pilar Alliende, arqueóloga y encargada de colecciones del museo. “Es diferente a lo que pasa con la colección de arte primitivo de Rockefeller en EEUU; quien encarga a un experto comprar las mejores piezas disponibles. Esos no son verdaderos coleccionistas sino inversionistas”, agrega Alliende.
En el mundo los ejemplos de colecciones privadas convertidos en museos abundan como Peggy Guggenheim, mecenas de Pollock y Max Ernst, que dio origen a un museo en Venecia y Bilbao, o el Museo Thyssen Bornemisza, en Madrid, creado a partir del coleccionismo de una familia alemana.
Si bien en Chile, el Museo Precolombino es uno de los casos más emblemáticos , no es el único. Está el Museo Colchagua en Santa Cruz, del empresario Carlos Cardoen y el Museo Andino en Buin, del fallecido Ricardo Claro. Este último abrió en 2006 con cerca de dos mil objetos que representan el territorio nacional: hay desde “litos geométricos” de Huentelauquén de 12 mil años de antigüedad hasta estribos y espuelas.
Para el director del Museo Andino, Hernán Rodríguez, es vital seguir replicando estos modelos, que en su mayoría funcionan a través de fundaciones asociadas a las mismas familias o a municipios. Sin embargo, el Estado entrega pocos incentivos. “Gran parte de lo que exhiben los museos públicos son donaciones, pero las instituciones no reconocen, y eso es fundamental”, dice.
En 2011 reabrió sus puertas el Palacio Baburizza en Valparaíso, que contiene una de las colecciones de arte europeo más importantes del país, pero que por 13 años debió conformarse con las miradas de los visitantes al Congreso, donde permanecieron las piezas colgadas mientras el edificio del Paseo Yugoslavo era remodelado. El acervo perteneció al filántropo croata Pascual Baburizza, quien sin descendientes, donó su acervo a la ciudad en 1941. Se trata de cuadros que van de 1840 a 1930, de artistas como el español Francisco Miralles, Paul Desiré y Henrie Rousseau. “La colección de Baburizza es única e indivisible, pero el museo si alberga otras como la colección Valparaíso, con cuadros de artistas chilenos. Exhibimos el total: 260 obras”, explica el director, Carlos Lastarria.
El caso del Museo Ralli, ubicado en Vitacura, también es ejemplar, aunque su fundador es extranjero. En los años 80, Harry Recanati (1919-2011), banquero griego y apasionado coleccionista de arte latinoamericano, decidió abrir el primero de sus cinco museos en Punta del Este. Para el segundo, eligió Santiago, en 1992. Obras de Wifredo Lam, Roberto Matta, y Mario Toral, se mezclan con las de Chagall, Dalí, Rodin y Miró, en una de las colecciones más excepcionales del país, pero que se conoce poco masivamente, a pesar de que la entrada es gratuita.
Sin duda, lo que más les interesa a los donantes es que sus colecciones no se dispersen, se conserven y si es posible se amplíen con una mirada estudiosa. Es lo que está empezando a hacer el Municipio de Las Condes con la colección de Ricardo MacKellar, quien en 2012 donó su acervo de pintura chilena, el que fue acogido en la Casa Museo Santa Rosa de Apoquindo. “Es un conjunto de 150 obras cerrado, pero por orden del alcalde Francisco de La Maza hemos ido adquiriendo más obras para completar el panorama de pintura chilena”, cuenta Francisco Javier Court, director de la Corporación Cultural Las Condes. El hecho demuestra que cuando un coleccionista dona, lo que hace es darle una nueva vida a su acervo. “Un museo bien equipado siempre está recibiendo nuevas donaciones. Hace sólo unos días recibimos una colección de piezas mexicanas de un chileno que vivió muchos años en el extranjero, son preciosas”, dice la conservadora del Museo Precolombino.