Chile en la Bienal de Venecia: arquitectura rural y urgente
Una arquitectura alejada del lujo, la monumentalidad y el esnobismo que a veces tiñe la disciplina. Una arquitectura que brilla por su eficacia y pertinencia y no por la cantidad de ceros acumulados en la glosa de gastos o por la excentricidad de adornos y quiebres de su fachada. “Una arquitectura que marque la diferencia”, resumió el arquitecto y Premio Pritzker, Alejandro Aravena, cuando la semana pasada presentó, en el Palacio La Moneda, los lineamentos de la XV edición de la Bienal de Venecia, el mayor evento de arquitectura del mundo que parte el 28 de mayo y que por primera vez está dirigido por un chileno.
“Reportando desde el frente” es la consigna instalada por Aravena, la que funciona como un llamado a los profesionales a compartir casos notables donde la arquitectura se ha enfrentado con éxito a problemas de desigualdad, escasez, desastres naturales, delincuencia, contaminación, entre otros. Y es que de alguna forma ese también ha sido el motor del trabajo del arquitecto, quien junto a sus colegas de la oficina Elemental han logrado mejorar el diseño y construcción de la vivienda social en Chile combinando bajo costo y calidad de vida.
A partir de esa experiencia, Aravena convocó a 88 profesionales entre consagrados como las oficinas de Norman Foster, Peter Zumthor, Renzo Piano, y 33 menores de 40 años que también han hecho un aporte a la disciplina. También están los 62 pabellones nacionales, y por supuesto el de Chile, que en la edición de 2014 brilló con la propuesta Monolith Controversies, de los arquitectos Pedro Alonso y Hugo Palmarola, quienes recibieron el León de Plata de la bienal.
Este año, el Consejo de la Cultura, organizador del pabellón comisariado por Cristóbal Molina, escogió por concurso público el proyecto A contracorriente, que presenta el innovador modelo educativo de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca, a cargo de su director y fundador Juan Román (65).
Lo que caracteriza a esta casa de estudios es que los desafíos constructivos a los que se enfrentan los estudiantes parten de las necesidades de su propio territorio: el Valle Central. El Taller de Titulación se resuelve con una obra construida desde 2004, en la que el estudiante debe ser capaz de lidiar con el difícil medio laboral en el que se inserta. Deberá innovar en la búsqueda de oportunidades, en ámbitos distintos a aquellos en los que tradicionalmente se ha desempeñado el arquitecto. Los estudiantes deben concebir, gestionar los recursos sean públicos o privados, y construir las obras que quedan para uso de la comunidad.
A Venecia irán 15 maquetas de estas obras realizadas, acompañadas de videos sobre el territorio donde se emplazan y de los habitantes que las usan a diario. No son casas ni edificios a gran escala, ninguna supera los 100 metros cuadrados. Se trata más bien de infraestructura rural y urgente como plazas, miradores y paradores, construidos con desechos de las faenas agrícolas y forestales: arquitectura sencilla y funcional pensada para mejorar en forma concreta la calidad de vida de los habitantes.
“Lo que hacemos puede entenderse como un aporte a la discusión sobre los lazos entre la universidad y la sociedad; sin embargo, el proceso inverso que va de la sociedad a la universidad puede ser más interesante. Los estudiantes como habitantes del Valle Central poseen una ligazón cultural y económica con la tierra que queda expresada en sus obras. Al terminar, el estudiante cuenta con una pequeña red de contactos de obreros, vecinos, administradores, empresarios que se han visto alcanzados con la obra. Habilitar a jóvenes que carecen del capital social para desempeñarse profesionalmente como arquitectos no es menor”, cuenta Juan Román.
Un sombreado de madera ligera para proteger al público que asiste a las tradicionales carreras a la chilena en Pueblecillo, de Carolina Solís; un mirador-comedor para los trabajadores de una empresa agrícola en Los Niches, de Javier Rodríguez, y una plaza para ceremonias religiosas en Agua Santa, de Ximena Cáceres, son algunas de las obras destacadas del pabellón.
Fundada en 1999, la labor de la Escuela de Arquitectura de la U. de Talca no es del todo desconocida. En los últimos años ha sido destacada con prestigiosos premios internacionales: en 2010 la obra Parador en el aire, de Cristian Allende, recibió una mención honrosa en el Premio Zumtobel de Austria; en 2013, Susana Sepúlveda y su proyecto Reciclaciudad logró el Archiprix 2013 en Moscú, y el proyecto de escuela como tal fue distinguida con el Global Award for Sustainable Architecture 2015 (Paris, Francia) por su interés en la relación entre el habitante y el medio ambiente. Además, otras obras han sido publicadas en revistas como Architectural Review de Reino Unido, C3 de China, Casabella de Italia y A+U de Japón.
De la difusión en el extranjero se encarga el académico de la U de Talca y co-curador del pabellón chileno en Venecia, José Luis Uribe (36), quien en 2013 publicó el libro Talca. Cuestión de Educación, con la editorial mexicana Arquine .
“Pertenezco a la primera generación de estudiantes que se formaron en esta escuela. Desde el año 2008 dirijo el proceso de internacionalización del trabajo desarrollado por alumnos, profesores y ex alumnos. Las obras de título constituyen una experiencia única en el mundo y ya van cerca de 400 obras diseñadas, gestionadas y construidas por los alumnos. Al terminar su obra cada estudiante cuenta con una pequeña red de contactos que le permitirán acercarse a sus primeros trabajos como profesional. Esta particular manera de hacer es lo que ha generado un fuerte interés afuera”, concluye Uribe.