Columna. Legibilidad urbana: o como el Estado dejó de entender las ciudades
Es fundamental para el Estado tener la capacidad de leer a los ciudadanos, de controlar los bordes del territorio, de saber cuánta gente habita el país, de conocer cómo utilizan los servicios y cómo se distribuyen en el espacio. Esta capacidad de lectura permite una asignación más eficiente de recursos y hoy con las nuevas herramientas de análisis estadístico aplicadas a “Big data”, las posibilidades de control son inimaginables. Sin embargo es en nuestras ciudades donde el Estado ha perdido la capacidad de lectura, la capacidad de penetrar en el territorio y de entender a sus habitantes, esto producto de políticas de vivienda y de desarrollo urbano con una visión de corto plazo, como por ejemplo cuando se buscaba acabar con el problema de los “sin techo”.
La capacidad de leer se puede encontrar en dos escalas, ambas permiten conocer el espacio en el que los fenómenos político/sociales ocurren, desde las dinámicas más básicas, como quiénes suelen ser las personas que toman el transporte público en un paradero, cuáles son las esquinas con más flujo de personas, hasta qué lugares del barrio es mejor evitarlos a ciertas horas. La más básica de estas escalas de lectura, se refiere a como las personas perciben su entorno, cómo se ubican en el espacio. Un área legible, permite de forma fácil para cualquier individuo incluso externo al espacio descrito, ubicarse en el plano. Esta habilidad, casi natural es adquirida a través de la experiencia y de la subjetividad de los individuos (Lynch, 1960) por lo que es ajena a los tomadores de decisiones y a quienes planifican el desarrollo de las aglomeraciones urbanas.
La otra escala de la legibilidad es la de los actores que toman decisiones respecto al espacio, quienes crean o implementan políticas públicas. A esta escala, las decisiones se toman en base a conocimiento agregado, a indicadores estadísticos, a informes y minutas y es lo que permite a los tomadores de decisiones, al Estado en este caso, crear un espacio físico que no sólo cumpla con lo básico, sino que también tenga un ordenamiento que facilite la tarea de administración y provisión de servicios propios del aparato estatal.
Es la falta de interacción de ambas dimensiones lo que en el caso chileno termina por definir los efectos de la morfología urbana en ciertos sectores de la ciudad, donde la intervención del Estado modificó los patrones físicos, produciéndose un trade off entre el espacio vivido por las personas y el espacio concebido por los tomadores de decisiones, afectando variables fundamentales del territorio como son la provisión de servicios o la seguridad de los habitantes, aportando al detrimento de la calidad de vida de éstos.
La falta de seguimiento a los programas de vivienda y a las políticas urbanas, el mínimo conocimiento de la utilización orgánica de los espacios por sus habitantes y el auto sabotaje a la capacidad de lectura del territorio, han llevado a muchas ciudades chilenas, particularmente a las intermedias a ser potenciales focos de desastres urbanos, que atentan contra la sostenibilidad de estas comunidades, ¿Cuántas veces esto debe ocurrir para que se le dé la importancia al espacio construido, no sólo como una obra física, sino que también como el crisol de interacciones sociales y experiencias humanas? ¿Cuándo apostaremos por ciudades resilientes y territorios sostenibles?
Fuente: Lynch, Kevin, 1960. The Image of the city. MIT press.
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