Aprendiendo de los pueblos: 11 tips para el diseño urbano sustentable inspirados en el poblamiento tradicional
Muchas de las tendencias actuales en el diseño de ciudades sustentables guardan una paradójica relación con aspectos estructurales del poblamiento histórico o tradicional; un tipo de poblamiento, según Carlos Flores (1973), característico de las sociedades anteriores a la revolución industrial. No resulta tan extraño si consideramos, siguiendo al mismo autor, algunos de los principios que regían la disposición de aquellos pueblos y ciudades: adaptación al lugar (condiciones climáticas, físicas, bióticas), gestión de la escasez de recursos, déficit tecnológico, autogestión de recursos y necesidades, materiales y técnicas de cada lugar; cooperación mutua entre los diversos elementos constructivos; o inexistencia del diseño “de autor” y sometimiento de este a las funciones; Ello en conjunto, casi sin excepción, provocaba conjuntos de alta armonía y belleza.
Tal como el propio Flores anticipara en su momento, muchos de estos principios han acabado siendo, consciente o inconscientemente, recogidos por autores contemporáneos, como el arquitecto Christopher Alexander, la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona de Salvador Rueda, el Banco Interamericano de Desarrollo, o la Carta del Nuevo Urbanismo (CNU, 2008) de Peter Kantz -suscrita por prestigiosos urbanistas como el propio Ch. Alexander o Leon Krier-. Considerando ambas fuentes, se propone en el siguiente listado de consejos, o tips, una síntesis de aspectos presentes en el urbanismo tradicional que pudieran servirnos para la construcción de ciudades más sustentables, resilientes y ecológicamente amigables:
1. Preferir y fomentar la compacidad, frente a la dispersión
Una tendencia universal, apoyada en el automóvil y otras de tecnologías de transporte en red (de información, de energía, de alimentos o materiales) ha sido la de una dispersión explosiva de las ciudades en la última mitad del siglo XX. La ciudad compacta, como diversos autores -como S. Rueda- han defendido, es más eficiente en la distribución y consumo de recursos e información, al complejizar los canales de información, y reducir las distancias (aumentando el rendimiento) de transporte y de consumo de materiales.
2. Liberar -de usos intensivos, edificación e infraestructura- los espacios asociados a procesos naturales recurrentes o violentos (riberas, zonas de riesgo)
Apela a una visión de las ciudades no como opuestas al medio natural, sino simbióticas con sus procesos, que se deben respetar, adaptándose, antes que corrigiéndolos. Comporta aspectos como la previsión de los procesos fluviales complejos –crecidas y estíos- que requieren la reserva de espacios amplios; y otros procesos naturales, como deslizamientos de ladera, anegamientos, espacios de amortiguación de tsunami, etc. En este sentido, importa, además:
• Liberar las escorrentías, adaptando idealmente a éstas las zonas verdes urbanas.
• Favorecer la disposición de suelos con capacidad filtrante, frente a suelos impermeabilizados.
3. Adaptar la trama urbana (calles, plazas, avenidas…) a la morfología del terreno, y no al revés
Otra dinámica habitual ha sido la de sistematizar en la mayor medida posible el terreno, para hacerlo encajar en trazados y diseños urbanos a menudo abstractos y regulares, prediseñados. La tradicional adaptación de la morfología urbana a las formas del territorio no sólo transmite belleza y armonía. También revierte en un mejor funcionamiento respecto a la escorrentía natural del terreno, la adaptación al soleamiento, o un inferior consumo energético en el movimiento de tierras, por ejemplo.
4. Adaptar la tipología de edificación al clima local (soleamiento, ventilación, escorrentía de pluviales) y no al revés
El uso (y abuso) de las últimas tecnologías en climatización de espacios y el desarrollo de aislaciones tectónicas, han concurrido en un efecto perverso que lleva a veces a pensar que no es necesario pensar en el confort climático desde el diseño. De los sistemas de adaptación climática tradicionales hay mucho que aprender, desde el propio diseño urbano adaptado a las condiciones climáticas –orientación, soleamiento, ventilación- hasta los sistemas pasivos de climatización, ventilación natural, inercia arquitectónica, materiales locales, etc.
5. Gestionar el espacio público de forma estratégica, como centros de actividad cívica (plazas, parques, espacios peatonales) antes que dejarla a la iniciativa privada
El éxito del modelo de ciudad norteamericana basada en el uso del automóvil, los sistemas de autopistas urbanas y los grandes centros comerciales ha menoscabado el valor de los espacios públicos tradicionales, basados en estructuras urbanas pretecnológicas, en que la forzada cercanía entre actividades y la solidaridad entre edificaciones y espacios libres, así como la jerarquización de algunos elementos –iglesias, monumentos, edificios públicos- derivaban en la generación de entornos de alto valor espacial. Esta línea puede servir para fomentar las zonas de encuentro y alta intensidad de actividades que caracterizan, y enriquecen, los centros urbanos.
6. Organizar la producción, consumo y deposición de recursos y residuos (energía, agua, basura, aguas residuales), prefiriendo la proximidad y dispersión, a la centralización de redes e instalaciones (grandes depuradoras, vertederos, estanques de tormenta…)
Sin negar la necesidad de las segundas, la capacidad de resolver muchos de los procesos energéticos, de recursos y de residuos en la instancia más próxima (el propio hogar a poder ser) viene siendo tendencia en algunos de los países más avanzados en diseño bioclimático, y entronca con las viejas haciendas y pueblos autónomos y autosustentables, aunque actualmente con muchos más recursos para ello. De nuevo el ahorro en el transporte y distancias es la clave, amén de generar un sentimiento de responsabilidad en el productor/consumidor.
7. Preferir la organización en torno a centros próximos (barrios, plazas) antes que a centralidades lejanas o diseminadas (malls, downtown/suburbios)
Tal como plantearan Norberg-Schultz o K. Lynch, la vida humana se organiza perceptivamente alrededor de cetros de referencia, que habitualmente se convierten en centros de actividad. Este principio puede servir como una estrategia para organizar las realidades urbanas alrededor de barrios y nodos urbanos -tal como se ha promovido por los gobiernos metropolitanos en Alemania por ejemplo- antes que como conglomerados difusos simplemente unidos por autopistas. Ello tiene estrecha relación con el fomento de la complejidad de usos, en particular en los nodos de actividad, antes que separar los usos en zonas discretas monofuncionales: zonas residenciales, zonas comerciales, áreas de oficinas, etc.
8. Preservar los suelos de alta capacidad productiva para actividades agrarias (como horticultura urbana), y en general para las zonas verdes y de esparcimiento
Aplicando una visión estratégica sobre los recursos, los suelos de calidad, como riberas fluviales, bordes de escorrentías, llanuras de aluvión, deberían ser priorizados por su superior capacidad para sustentar biomasa: tanto desde el punto de vista de la propia producción local de alimentos, como desde el punto de vista de las zonas verdes, áreas de esparcimiento, infraestructura verde, etc. Este aspecto es una extensión de lo apuntado en el numeral 2.
9. Diseñar priorizando desde lo integral a lo sectorial, y no al revés
La mejor instancia para el gobierno de una ciudad es… la propia ciudad. Ello implica priorizar una planificación urbana integral y local, sobre otra sectorializada y centralizada. Es el municipio el que debe tener las atribuciones y capacidad técnica y presupuestaria para organizar como mejor convenga su realidad urbana.
Este principio también puede aplicarse sobre la idea de una ciudad compleja, no desentrelazable en áreas y elementos con funciones específicas, sino como un conjunto de relaciones y funciones interdependientes no exactamente predeterminables; en que los resultados, como sistema, no son reducibles a una simple “suma” entre las partes constituyentes-
10. Organizar la movilidad urbana priorizando los medios pasivos y colectivos (peatón >bici >moto >transporte colectivo >vehículo privado)
Tan importantes como aspectos infraestructurales –carriles bici, servicios de transporte público- son, desde el punto de vista del diseño, aspectos de estilo y cultura urbana, como avanzar en el respeto y la priorización al peatón (tan escasa en Latinoamérica) la erradicación de los vallados que confinan y aíslan tanto calzadas como aceras, etc.
Un aspecto a considerar desde el punto de vista del diseño, es que en la medida en que más extensa y menos densa sea la ciudad, menos amigable será para los recorridos; una ciudad compacta y articulada, como se dice en el punto 1, será más apta a los sistemas públicos, ciclistas y peatonales.
11. Implicar a ciudadanos y comunidades en la toma de decisiones de sus entornos locales (barrios)
La planificación urbana como disciplina ha progresado como una técnica habitualmente separada de la acción e intervención de los ciudadanos, paradójicamente los hacedores históricos de la ciudad tradicional. Aunque hay una tendencia a recuperar la opinión ciudadana en los procesos de participación, cada vez son más las vías que buscan implicar activamente de nuevo al ciudadano en la creación de ciudad: desde las plataformas de acción cívica, las propuestas de “custodia urbana” o los mecanismos de gestión pública y apoyo a la autoconstrucción, son todos procesos que recogen una realidad tan antigua como la propia ciudad: la libre asociación y agrupación entre ciudadanos en mecanismos de construcción y convivencia colectivos.
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