Las dos caras que dejó el volcán Calbuco
Hoy se cumple un año desde su última erupción:
Las localidades de Ensenada y Río Blanco resumen la dispar recuperación que muestran las áreas situadas en las laderas del macizo.
Mientras Ensenada celebra la llegada de un nuevo carro bomba, la pronta reapertura del gimnasio escolar, y el principal centro de cultivos de salmones está en plena faena; en Río Blanco, entre Correntoso y Lago Chapo, nada volverá a ser lo mismo tras la última erupción, hace exactamente un año, del volcán Calbuco.
Ensenada, en la ladera noroeste del macizo, recibió el primer impacto. Miles de toneladas de arena volcánica cubrieron extensas áreas del sector de Ensenada y Petrohué, donde se ubica el Parque Nacional Vicente Pérez Rosales. “600 kilos de material por m {+2} “, precisa Álvaro Poblete, gerente regional de Salmones Camanchaca, cuyo centro de cultivos sufrió cuantiosos daños. “Rescatamos cerca de la mitad de los peces y 5 meses después de la erupción entramos ovas (…) y ya tenemos en circuito más o menos del 60 a 65% de la capacidad que tenía Petrohué antes de la erupción”, cuenta.
Decidieron reconstruir en el lugar, que no tiene restricción, “porque las aguas son excelentes y está muy cerca de Puerto Varas, lo que permite a la gente estar cerca de sus familias”. Pero tomaron medidas para mejorar la resistencia del centro al principal riesgo allí, que es la caída de arena. “No tenemos riesgos de lahares”, asegura.
Muchos techos de Ensenada y Petrohué cayeron por el peso de la arena o resultaron afectados, como en el parque nacional, donde se tuvieron que reemplazar unos 120 metros de pasarelas debilitadas por el peso.
Pero fue en el sector de Río Blanco, al sur de Puerto Montt, donde se produjeron los daños más irreversibles debido al impacto de los lahares en la ladera sureste del volcán.
Como las estepas que pisaba Othar, el caballo de Atila, allí no volverá a crecer la hierba, apuestan los lugareños: un amplio radio, entre los ríos Blanco y del Este, fue arrasado, “borrado del mapa”, mientras otros lugares lucen irreconocibles.
Un río vio ampliar su lecho a unos 100 metros de ancho, junto a cascadas que hoy caen sobre laderas desnudas o la sinuosa faja de argamasa que sumó cenizas, sedimentos, troncos, un centro salmonero, casas y losas de los puentes arrasados. “Tuvimos suerte de que no hubo desgracias de personas”, afirma Ariel Barría, de la Junta de Vecinos, y aclara que los lugares arrasados “son una zona de peligro y no se puede volver ahí”.