El metro también es una vara para medir desigualdad urbana
Se construyó y se mantiene de forma distinta, según la zona que atraviesa.
La forma desigual en que se construyó el Metro de Santiago en el pasado es a menudo citada por urbanistas como un ejemplo de la desigualdad promovida por el Estado para “hacer ciudad”. Se observa claramente, plantean, en líneas como la 4 (a Puente Alto), 4A (San Ramón, La Cisterna) o 5 (Macul, San Joaquín, La Florida, Maipú), que tienen tramos y estaciones en viaductos o zanjas que trizan la ciudad, provocando una brecha de conectividad en un mismo barrio. Ese estándar constructivo está en las antípodas de las obras del subterráneo en el centro, Providencia o Las Condes.
Esta diferencia también parece mostrarla el grado de mantención de las estaciones. Algunas son las de la Línea 2, en el tramo en que avanza en superficie, junto a la Autopista Central, entre Toesca y Cal y Canto. Ahí, la estación Santa Ana exhibe rayados y techos precarios que más que proteger una estructura durable del Estado, parecen una ampliación hechiza. A ello se suma un deterioro provocado por grupos que utilizan la cubierta del edificio para patinar o encaramarse en ella, lo que profundiza su daño.
Una descomposición similar de la infraestructura, durante tanto tiempo, no se observa en el sector oriente. Tampoco hay líneas de metro que avancen en viaductos ni en superficie en comunas de altos ingresos.
Esta disparidad también es una manifestación de cómo el Estado garantiza equidad urbana. Y en casos como este, el metro, además de transportar, opera como una regla para medirlo.