Columna: La basura del Mapocho
Le habían dicho que Chile era un país ordenado y que Santiago era una ciudad moderna y segura. Que se podía confiar en la policía y que las instituciones funcionaban bien. Después de todo, ya era un país OECD. Aterriza en Pudahuel, todo en orden en el aeropuerto. Sube a un taxi que lo llevará a la ciudad por una moderna autopista. Como telón de fondo, la cordillera. Pronto aparece el río que cruza la ciudad de oriente a poniente y por los próximos 10 minutos verá lo que no imaginaba… basura, escombros y más basura, acumulada de diversas formas en la ribera y en el lecho del río. No puede creerlo. Qué es esto. El viaje sigue, la autopista se transforma en túnel y finalmente emerge en la ciudad prometida. Los rascacielos de una urbe moderna le dan una segunda bienvenida, mientras el río (sí, el mismo río) fluye en un entorno limpio y muy bien cuidado, con un precioso parque en sus bordes. El primer mundo. Todo muy OECD. Qué es esto. Qué clase de ciudad es ésta. Recordó a su madre y su “no hay una segunda oportunidad para dar una primera buena impresión”.
La basura del Mapocho es parte de la cara visible de la grave enfermedad que aqueja a Santiago. El Ministerio del Medio Ambiente contabiliza 77 vertederos ilegales y alrededor de 700 microbasurales en la Región Metropolitana, una afrenta para miles de personas que conviven con escombros, sustancias tóxicas, malos olores y enfermedades día a día. Detrás del problema está el negocio del transporte y disposición ilegal de escombros (asunto en el cual quienes encargan el retiro ilegal de escombros son tan responsables como quienes proveen el servicio), como también las acciones de ciudadanos comunes que botan basura en sitios eriazos o en cualquier calle o área verde.
El caso del río Mapocho tiene el agravante de evidenciar la total falta de cuidado con un curso natural de agua, símbolo de la ciudad desde su fundación. El río tiene el potencial de transformarse en un punto de encuentro si se devuelve a las personas; excelentes iniciativas en este sentido son Mapocho Pedaleable, Mapocho 42K y el Parque Renato Poblete. Algo que lleva a la reflexión es que el río no está sucio en todo Santiago, lo está solo en el sector poniente, prueba de que la escasez de recursos para el mantenimiento de espacios públicos, áreas verdes y remoción de basura es un problema serio en muchas comunas de la ciudad. Aquí surge la otra clave para entender el problema de la basura: la deficiente institucionalidad del Gran Santiago, dividido en 35 comunas con presupuestos muy disímiles para la gestión local e inversiones públicas. Con esto, desde el aparato público se exacerba la inequidad urbana propia de la ciudad.
Según datos del Sistema Nacional de Información Municipal (SINIM), en 2014 el gasto en aseo y mantenimiento del espacio público en comunas como Vitacura, Las Condes y Providencia, fue más del doble que el gasto en Cerro Navia, Pudahuel y Renca (en pesos por habitante). ¿Qué pasa con el Consejo Regional Metropolitano (CORE)? El presupuesto del CORE es 55% menor que el de la Municipalidad de Las Condes y 23% menor que el de la Municipalidad de Santiago. En este escenario, proyectos de escala metropolitana (como debería ser la gestión de la basura), son imposibles de llevar a cabo de forma satisfactoria.
Actualmente se cuenta con esfuerzos concretos para enfrentar este problema. La nueva ley (20.879) que sanciona con multas a quien encargue o realice el transporte de desechos de cualquier tipo hacia sitios eriazos y depósitos clandestinos, es una herramienta con tremendo potencial ya que cualquier persona con fotografías u otro medio de prueba puede denunciar a quienes botan basura en vertederos o microbasurales ilegales. En los próximos años se verá el real efecto de esta ley en los hechos. Por otro lado está la reciente constitución de una Mesa Regional para la discusión de una Política Integral de la Gestión yValorización de Residuos, liderada por la Intendencia Metropolitana, que debería evacuar propuestas concretas en todos los temas relacionados con el tratamiento y reciclaje de la basura.
Más allá de estas iniciativas, me parece que los cambios de fondo que se necesitan son dos. El primero es sin dudas un cambio cultural, que entendamos que nuestro entorno natural y construido no es un basural y que un ambiente libre de contaminación es mejor para todos. El segundo es un cambio institucional: una medida estructural para disminuir la inequidad en la calidad del espacio público en el Gran Santiago (la basura es solo parte de un problema mayor) es la existencia de un Alcalde Mayor o Gobierno Metropolitano, elegido mediante votación popular, que tenga injerencia sobre aquellos aspectos y problemas que son de escala metropolitana. Con el sistema actual de división comunal de la ciudad, los resultados de que la limpieza de espacios públicos sean potestad de cada municipalidad están literalmente a la vista. La idea del Alcalde Mayor (como existe en París, Nueva York, Londres y Bogotá, entre otras)se discute hace años en Santiago y nunca parece haber voluntad política para llevar adelante este cambio, que intenta romper con el status quo de comunas ricas y comunas pobres. Nuestro río es testigo privilegiado de aquello.
Esta columna fue originalmente publicado en Voces de La Tercera.