La Bienal de Arquitectura chilena bajo la lupa
El grupo no superaba las 10 personas, y sin embargo sus reclamos hacían eco de una problemática que iba más allá de los límites barriales. En 2015, aprovechando la presencia de autoridades, entre ellos el ministro de Obras Públicas y el intendente de la V Región, un grupo de vecinos del Cerro Barón irrumpió en la apertura de la Bienal de Arquitectura y Urbanismo que por primera vez se realizaba en el Parque Cultural Valparaíso. Se manifestaron en contra del proyecto habitacional del reconocido arquitecto Mathias Klotz que se está construyendo donde antes estaba el Hospital Ferroviario. “Fuera mafias inmobiliarias”, rezaba la pancarta con la que subieron al escenario, para luego ser aplaudidos por la mayoría de los 300 asistentes a la ceremonia.
La “funa”, como se la calificó al otro día en la prensa local, marcó el inicio de una de las ediciones más exitosas en la historia de la bienal, que atrajo a más de 30 mil asistentes. Días después, se desataba otra vez la polémica con la exposición del proyecto de ampliación del Terminal 2 del puerto de Valparaíso, que mantiene dividida a la ciudadanía y la autoridades.
“Fue una bienal potente y muy convocante; fue un acierto moverse a Valparaíso, donde la conservación del patrimonio y el desarrollo urbano es un problema más urgente que nunca, discutir ese tipo de temas es el objetivo de una bienal”, dice el arquitecto Sebastián Gray, quien era entonces el presidente del Colegio de Arquitectos, organizador del evento, el que acaba de cerrar su convocatoria para elegir al curador de la muestra del próximo año. Hasta el 2012 eran elegidos a dedo.
La de 2017 será una edición especial: con el lema Identidad y Futuro se celebrarán, de nuevo en Valparaíso, las cuatro décadas de la primera versión inaugurada en 1977 en el Museo de Bellas Artes, que tampoco estuvo exenta de polémicas. En esa ocasión, un recién egresado arquitecto Humberto Eliash, como parte del grupo CEDLA, presentó su proyecto para remodelar Santiago Poniente con edificios de baja altura, oponiéndose a la visión expansiva de varios arquitectos presentes. “Hubo el tremendo debate, nos fuimos a los gritos incluso. Nosotros éramos independientes, pero estábamos bien organizados, las universidades estaban en el bando contrario”, recuerda hoy Eliash.
Aunque según Víctor Gubbins, participante de esa primera edición dirigida por el fallecido Cristián Fernández, no hubo problemas de censura o represión, sí recuerda un impasse en la bienal de 1983, cuando se premió al arquitecto Fernando Castillo Velasco, quien había estado exiliado. “El era muy querido, los corredores estaban llenos de gente esperándolo y en eso llega el ministro de Vivienda vestido de milico: provocó indignación. Algunos intentaron sacarlo y tuve que intervenir, porque igual se le había invitado, pero no correspondía que él manifestara así su autoridad”, dice Gubbins.
Para el arquitecto de Mil M2, Fernando Portal, quien ha investigado la evolución de la bienal, el evento siempre ha funcionado como un termómetro de lo que sucede en el país. “La bienal ha sido eficiente en reconocer los factores políticos y públicos y generar debate, aunque a veces el lenguaje hermético que se usa en la profesión ha impedido que el público participe más”, señala.
Acercarse cada vez más a la ciudadanía y convertir la bienal en un evento transversal es aún uno de los principales desafíos. En ese sentido la última versión marcó un punto de inflexión, concuerdan los arquitectos. “Hasta hace unos años atrás la bienal aún era un entusiasmo de los arquitectos, pero eso se ha ido ampliando y profesionalizando, hoy cada vez en más un encuentro entre la ciudadanía y los arquitectos”, dice Pilar Urrejola, actual presidenta del Colegio de Arquitectos y única mujer en dirigir una bienal, en 1997. Para ella, otro de los temas pendientes es la descentralización. “El próximo año volveremos a Valparaíso, pero la idea es que podamos tener bienales itinerantes, poner en valor las regiones. El centralismo no permite valorar la diversidad de arquitectura que tenemos en todo el territorio. Ser capaces de hacer una bienal en Iquique o Chiloé, sería de lo más pertinente”, agrega.
Más antigua incluso que la Bienal de Arquitectura de Venecia, nacida recién en 1980, el evento chileno es hasta hoy uno de los más prestigiosos de la región, junto con la Bienal de Sao Paulo, Buenos Aires, Quito y Chicago, y muy pronto comenzó a recibir importantes visitas internacionales. “La primera fue muy local, nadie quería venir a Chile por el tema político, pero luego el país se abrió, sobre todo desde los 90”, cuenta Eliash.
En 1991, una poco conocida Zaha Hadid dio una exitosa charla en el Museo de Bellas Artes, y cinco años antes había estado el portugués Alvaro Siza. También vinieron los japoneses Shigeru Ban, Kasuyo Sejima y el español Rafael Moneo. Todos ganaron posteriormente el Premio Pritzker.
Entre las debilidades históricas del encuentro está la falta de presupuesto. El arquitecto Felipe Assadi, a cargo del montaje de la bienal de 2008, es crítico en ese aspecto y en otros. “A pesar de quienes dicen que la bienal es fantástica, la realidad es que hacerla es un parto, un castigo del que tampoco es fácil escapar. Está el tema de los recursos que hay que conseguir con mucho trabajo; en mi caso decidimos hacerlo todo con material reciclado, nada fue comprado y todo se reutilizó, pero también se ha vuelto una muestra aburrida que ha perdido su objetivo central y que es mostrar el estado del arte de la profesión, lo que ha pasado en dos años. No creo en las curatorías que fuerzan temas”, dice Assadi.
Para Pilar Urrejola, sin embargo, la precariedad siempre puede ser una oportunidad. “Los arquitectos tenemos que estar acostumbrados a trabajar con lo que hay y en ese caso ser capaz de activar el ingenio sin dejar de lado el sentido común. Eso es justamente lo que ha planteado Alejandro Aravena en la actual Bienal de Venecia y es buscar soluciones creativas a problemas de escasez”, dice la arquitecta, quien explica que la bienal siempre se ha financiado con aportes de empresas, ministerios y ahora último participando de fondos concursables.
En ese sentido, entre los montajes más recordados está la bienal de 1987, dirigida por Fernando Castillo Velasco, quien logró por primera vez reconectar el Museo de Bellas Artes con el Museo de Arte Contemporáneo; en las década reciente, la bienal de 2000, a cargo de Sebastián Irarrázabal y dirigida por Humberto Eliash, en el que la Estación Mapocho se llenó de containers marítimos que llamaron la atención del público; o la bienal de 2010, dirigida por Guillermo Hevia en el Museo Histórico Militar, que debió replantearse completamente debido a la urgencia de la reconstrucción tras el terremoto del 27/F.