La ciudad que ignora y no piensa en la seguridad peatonal
Cuando las veredas se bloquean, los caminantes no tienen otra opción que correr riesgos en la calzada.
Una de las principales exigencias que se les hacen a los proyectos de construcción o remodelación de edificaciones en Europa o Estados Unidos es la seguridad para los peatones que ya no contarán con sus veredas. Las empresas constructoras están obligadas a implementar senderos peatonales de emergencia, bien señalizados, que usualmente quitan una pista a la calzada y permiten a los peatones circular con seguridad mientras la obra se desarrolla.
En Chile estamos lejos de estas exigencias. Pese a que los atropellos lideran entre los siniestros viales en el país (más de 16 mil en los últimos 10 años), las constructoras solo advierten de “excavaciones profundas” o informan imperativamente que el caminante debe cruzar y “transitar por la vereda del frente”. Pero idear una solución creativa para su seguridad, nada.
Evidencias de este vacío se constatan, por ejemplo, en la restauración del Palacio Arzobispal, en la calle Compañía de Santiago. Ahí los peatones son “obligados” a bajar de la calzada, junto a buses del Transantiago que no respetan la velocidad máxima de 30 km/h para el transporte público en esa vía. Lo mismo ocurre con algunas excavaciones en sitios poco iluminados de Andrés Bello (Providencia): los peatones deben bajar a la calzada donde transitan autos que usan una avenida como autopista.
Así, más allá de las rejas que bloquean la caminata, los cruces peatonales inexistentes y los semáforos que no los privilegian, la norma chilena obvia algo fundamental: la prevención de siniestros y muertes por atropellos.