Quince terremotos encima: La fortaleza de San Francisco
Una investigación acerca de la supervivencia de la iglesia roja de Santiago, próxima a cumplir 400 años, lleva a concluir que como nunca antes en su construcción existió conocimiento mancomunado de españoles e indígenas.
En su libro “Entre ruinas y escombros”, el historiador Alfredo Palacios observa la larga lista de terremotos ocurridos en Chile entre los siglos XVI y XIX, es decir la era preinstrumental de medición. Habla del “terremoto magno” de 1647, descrito en crónicas como un sismo que “no dejó piedra sobre piedra” y donde murió la cuarta parte de la población de Santiago. Según Palacios, habría alcanzado el rango magnitud 9 Richter.
La imagen de una ciudad colonial destruida por completo contrasta también en las crónicas de la época que indican cuál fue la excepción a esa regla catastrófica: la Iglesia de San Francisco, terminada de construir treinta años antes del terremoto magno.
“Sin embargo, la iglesia perdió su torre, que era de piedra. La que tenemos ahora es la cuarta versión y fue diseñada por Fermín Vivaceta en 1857”, dice la arquitecta Natalia Jorquera. La académica de la U. de Chile finaliza este año una investigación que está dando nuevas luces sobre la historia de este edificio, el más antiguo de Chile, y la fortaleza que le ha permitido superar al menos quince terremotos significativos en cuatro siglos.
Un solo bloque
Hasta aquí, todos los registros del templo de la orden franciscana arribada a Chile en 1553 han sido de corte historiográfico. “Abordamos las características del edificio desde el punto de vista de la estructura y las técnicas de construcción”, dice Jorquera. “Es una pieza monumental levantada en tiempos donde no existía el cálculo. No había arquitectos como los conocemos hoy. Se trataba de constructores, como el aparejador fray Antonio, que estuvo a cargo de la obra”, agrega.
La arquitecta encabeza el proyecto Fondecyt “Redescubriendo el conocimiento vernáculo sismorresistente”, que se inició en 2013 y tendrá sus conclusiones en octubre próximo. Pero en el transcurso se han obtenido importantes hallazgos. “La conclusión más evidente es que la iglesia es única. Tiene una técnica de construcción que no se repite en otras iglesias de la ciudad. Nosotros creemos que eso se dio por el aporte de la sabiduría de los indígenas que vinieron desde el norte”, dice Jorquera.
En su versión original, la iglesia presentaba la planta de cruz latina con campanario adosado. En el paso de 100 o 150 años se añadieron dos alas más. Sus muros, que llegan hasta los 2.40 m de espesor en el frontis, son de mampostería de piedra semicanteada, al igual que los arcos interiores, fortalecidos con piedras menores que ayudan a que aumente su resistencia. El artesonado de la techumbre, es decir vigas en ambos sentidos, contribuyen al amarre del edificio y permiten que se comporte como un solo bloque. Es un diseño de alto rendimiento.
Mundos reunidos
“Esta iglesia presenta muchas semejanzas con las iglesias andinas, como la de Chiu Chiu, construidas por gente que ya sabía de terremotos. Esas técnicas nos permiten pensar que esta fue una iglesia andina hecha en la ciudad”, dice.
Los análisis de sus materiales y las excavaciones han entregado nuevas respuestas al equipo de investigadores. Por ejemplo, la muestra obtenida del muro sur confirma la existencia de una piedra distinta, instalada justo al centro del muro, que ensambla las piedras principales. “Es una técnica especial de ensamble que evidentemente está pensada. No es piedra acumulada así nada más”, apunta Jorquera.
Además, los investigadores creen que no fueron traídas desde la cantera del cerro Blanco, como dicen los historiadores, sino desde el cerro San Cristóbal. Las comparaciones que se están haciendo hoy en el laboratorio de Geología de la U. de Chile confirmarían la premisa.
La medición con instrumentos de alta tecnología incluso ha dado con el peso de la iglesia, un dato que será publicado próximamente por el equipo en un artículo de la prestigiosa revista International Journal of Architectural Heritage.
Pero una de las sorpresas más importantes está en los cimientos de la iglesia. “En enero hicimos una excavación y pensamos encontrarnos con una fundación de cimientos continuos y profundos. Pero los muros se encuentran apoyados sobre grandes bolones de piedra muy cerca de la superficie, que tienen una especie de contención lateral”, dice la arquitecta. Así, en un terremoto, la iglesia se movería sobre los bolones como si estuviera sobre patines. “Eso, evidentemente, no es español. Y no se le puede haber ocurrido a los españoles con tan poco tiempo en Chile. Creemos que es fruto del mestizaje”, agrega.
Lo que no cuentan las crónicas, lo cuenta el propio edificio, que tiene sus cicatrices a la vista. En cuatro siglos ha sido objeto de innumerables intervenciones, algunas de las cuales han tergiversado sus bondades originales. “Por eso tenemos que convencer al Ministerio de Obras Públicas de que no solo este estudio de tres años es un diagnóstico avanzado del estado actual de la iglesia, a la que comparamos con un paciente longevo, que acumula muchos infartos (los terremotos) y tiene bypass (las intervenciones). Sino que es necesario invertir recursos para la conservación de un monumento como este, así que viva otros 400 años”, completa Natalia Jorquera.