El papel de las calles compartidas: cómo recuperar calidad de vida en el espacio público

© Ximena Ocampo (dir), “Calles Compartidas”, dérive LAB, 2015: 32.

© Ximena Ocampo (dir), “Calles Compartidas”, dérive LAB, 2015: 32.

Por Guillermo Tella, Doctor en Urbanismo y Jorge Amado, Licenciado en Urbanismo.

Durante el siglo pasado nos hemos abocado a reconstruir la calle para el automóvil, para garantizar su desplazamiento. Sin embargo, a partir de un cambio de paradigma en el uso y goce de la calle y en consonancia con los debates internacionales recientes, nuestras ciudades han comenzado a recuperar el espacio público para los ciudadanos. Se trata, en efecto, de la aplicación del concepto de “Calles Compartidas”, que apela al diseño de espacios en los centros urbanos para mejorar su calidad de vida.

El desafío es desactivar la segregación de la calle para cada modo de desplazamiento, eliminar los dispositivos de control de tránsito, nivelar la rasante a una sola plataforma y generar una superficie continua que no priorice el tránsito vehicular, de modo que todos los actores deban interactuar y negociar su paso por el espacio. Implica retornar a la calle como espacio público más que como vía de circulación, a partir de estrategias de pacificación del tránsito motorizado, tanto en intensidad como en nivel de servicio.

El deterioro de las calles supone efectos en los patrones de movilidad y en la calidad de vida urbana. Mientras menos atractiva sea, los usuarios se encontrarán menos atraídos a pasar tiempo en ellas para realizar sus actividades sociales. De esta manera, caminar y andar en bicicleta se convierten en situaciones no deseadas. Esto incide en la sensación de seguridad, generando que cada vez más actividades que tradicionalmente se realizaban en el espacio público, pasen a desarrollarse en el espacio privado.

La calle es el principal espacio público tanto por su extensión como por su accesibilidad y actividades que contiene. Allí se produce el encuentro social y el fortalecimiento de las relaciones de vecindad. Y se caracteriza también porque allí se establece la articulación entre distintos modos, con notable supremacía de unos sobre otros. Con lo cual, la propia vitalidad que supone la vida urbana demanda un diseño sensible y flexible que reconozca la diversidad de roles que cumple la calle en los diferentes contextos urbanos.

©methleys.headstogether.org/homezones/launch-f.html

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Espacios de tránsito y de segregación

La ciudad actual establece, promueve y reproduce un tipo de relaciones basadas en una división social marcada -representada en cuestiones económicas- por barreras físicas y simbólicas sobre el territorio, donde los tradicionales lugares de socialización que se daban sobre la trama abierta de la ciudad se ven reemplazados por otros bien diferenciados en cuanto a usos, y separados en el espacio urbano. A su vez, dichos lugares se orientan a una demanda de consumidores determinada y se emplazan en espacios privados.

© Elaboración Guillermo Tella en base a tessellarsociety.blogspot.cl/

© Elaboración Guillermo Tella en base a tessellarsociety.blogspot.cl

En este sentido, la horizontalidad que debería caracterizar el uso y las relaciones en el espacio público, y que a la vez se expresan en su estructura física, se desdibujan y entran en conflicto. Así, los espacios públicos se transforman en meros medios de tránsito y de paso, los ciudadanos se vuelven usuarios y las soluciones se ven dominadas por apuestas privadas. En consecuencia, se observa una fuerte tendencia en la cual las calles de hoy desarrollan un comportamiento preminentemente de tránsito y de segregación.

Bajo este paradigma la ciudad actual pareciera estar compuesta por un conjunto de partes, de fragmentos conectados por redes y flujos (de información, de comunicaciones, de vías, de relaciones sociales). Propone así un atravesamiento del espacio para llegar de un fragmento a otro, pero ese tránsito se da de manera fugaz y aislada, lo que no permite (o mejor dicho coarta) las relaciones interculturales, la pluralidad, la diversificación de actividades y, por fin, el goce de las actividades propias de la vida urbana.

Demanda un diseño sensible y flexible

Los espacios de tránsito, que en la actualidad se atraviesan velozmente con la avidez de llegar de un objetivo a otro, desde otra perspectiva podrían observarse como fines en sí mismos, que en vez de inducir a tratar de evitarlos o franquearlos lo más rápido posible, inviten a disfrutarlos, a compartir actividades y grupos sociales y, sobre todo, a permanecer en ellos; brindando empatía simbólica y alternativas de usos. Se trata de recuperar los atributos que caracterizaron históricamente a las ciudades y a sus espacios públicos.

© Elaboración de Guillermo Tella en base a myajc.com

© Elaboración de Guillermo Tella en base a myajc.com

La calle, entonces, se erige como elemento fundamental del espacio público y para ello es necesario recuperar su esencia; su capacidad como facilitadora de la comunicación y la interconexión entre personas y lugares; y evitar que su uso vaya en detrimento de esa necesidad de encuentro, comunicación, movilidad y accesibilidad. Que la supremacía que alguna vez le ha sido cedida -o usurpada- al transporte automotor sea por lo menos examinada con el objetivo de lograr espacios más equitativos, amables, transitables y “usables”.

Para que los ciudadanos sean actores principales, las calles no tienen que orientar su predominancia a un modo de locomoción, generalmente el más grande, el más fuerte, el más pesado. El concepto de “Calles Compartidas” propone un cambio de paradigma en el uso de la calle, eliminando la segregación por velocidades, tipos de transporte y lugares de tránsito, promoviendo así espacios verdaderamente compartidos donde se ejerce el derecho de tránsito libre en forma de solidaridad, empatía, respeto y cuidado mutuo.

Criterios para compartir el espacio público

Ante esta situación resulta imperioso atacar los factores de segregación de la calle para cada modo de desplazamiento, nivelar la rasante a una sola plataforma, generar una superficie continua que no priorice el tránsito vehicular, de modo que todos los desplazamientos deberán interactuar y negociar su paso. Esto implica retornar a la calle como espacio público integral más que como una mera vía de circulación, a partir de estrategias de pacificación del tránsito motorizado, tanto en intensidad como en nivel de servicio.

El crecimiento exponencial del tránsito vehicular generó congestionamientos, polución e incidentes viales. Para intentar mitigarlos se sucedieron intentos de reconstrucción de la calle, reconociendo su esencial importancia para la vida urbana. No obstante, esa reconstrucción ha sido primordialmente orientada al automóvil, para garantizar y mejorar su desplazamiento, incluso en áreas centrales. Debemos crear espacios sistémicos e integrados que tiendan a la recuperación de esa calidad de vida urbana.

© blog.gresleyabas.com.au/?p=825

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El diseño de calles compartidas tiende a cualificar el ambiente construido, aumentar el capital social, mejorar la seguridad, incrementar la vitalidad y, en lugar de ejercer control, promover la libertad de movimiento. Requiere de un cambio sustancial en la forma de percepción de la calle, donde los automovilistas se sientan invitados a un espacio preminentemente orientado al peatón para la recreación, la socialización y el ocio y, por ende, deben conducir de acuerdo a esa premisa para evitar situaciones caóticas y/o peligrosas.

Esto implica entonces: disminuir la velocidad de los vehículos, facilitar la movilidad de las personas y fomentar la interacción social. De manera que se requiere para ello eliminar el dominio del automóvil en calles residenciales, propender al el sentido de comunidad, alentar una mayor diversidad de actividades, reducir la segregación social, particularmente entre las personas mayores, incrementar las oportunidades para el juego de niños, mejorar la seguridad y recuperar el uso activo del espacio público.