Columna El Observador Urbano: El arquitecto en nuestra ciudad movediza
Hacia un Santiago de calidad mundial
Esto le pasó a Héctor Valdés Phillips: lo llamó un cliente para mostrarle un sitio donde estaba pensando hacer un edificio, lo pasó a recoger y le fue a mostrar el “terreno”… que era una casa proyectada por el propio Valdés. Una que ahora, ya, era invisible. Así descubrió que estamos en un país muy extraño, donde la obra dura menos que su creador.
Estamos hablando de un premio nacional de Arquitectura (1979), cuyos proyectos eran siempre un mensaje. Así fue desde sus inicios, cuando con Emilio Duhart creó una casa para Rosa Labbé en el cerro Alvarado, de piedra, madera y, especialmente, adobe. Estaba fresco el terremoto de 1939 y se preguntaban ellos si este material tradicional y de bajo costo, acogedor y popular, podía ser rescatado si se reforzaba. Era arquitectura proactiva.
Valdés Phillips fue presidente del Colegio de Arquitectos y miembro de una oficina que, junto con Fernando Castillo Velasco, Carlos García-Huidobro y Carlos Bresciani, hizo época por asumir activamente sus responsabilidades ante lo geográfico y lo social, la ciudad y su historia. Recién, muy tarde, se ha tomado conciencia de que muchas de esas casas modernas, de mediados del siglo XX y pioneras en América Latina, eran patrimoniales. No fue fácil la tarea de esos precursores, en una sociedad que seguía importando modelos de Europa y Estados Unidos. ¿Que ellos también sacaban ideas de las mismas fuentes? Es cierto, pero seleccionadas -contemporáneas- y adaptadas.
Además, Valdés Phillips integró el Consejo de Monumentos Nacionales y fundó la revista CA, Ciudad y Arquitectura, para profundizar el debate en torno a estas disciplinas. Porque no es fácil ser arquitecto en Chile, con cuatro jinetes tan despiadados como los del Apocalipsis. Uno, el terremoto: en un país como el nuestro, el más sísmico. Segundo, las normas: hay una profusión que obliga a destinar horas en cada proyecto, muchas veces ante un funcionario que -si se trata de comunas con poca construcción- no siempre está actualizado. Tercero, las tendencias: en una sociedad cautelosa y calculadora dejan poco espacio a la innovación. Cuarto: las inmobiliarias, que, sin un contexto cultural sólido, pueden, como en el caso de Valdés, demoler una creación valiosa y reducirla a metros cuadrados de terreno.
Francia es uno de los países más coherentes entre arquitectura y ciudad, porque lo individual crece dentro de una reflexión colectiva. El que proyecta tiene en mente e integra la cuadra, la calle, el barrio… Dialoga con ese entorno y una tradición que lo desafía y encara, lo obliga a interactuar con el paisaje urbano para ser un aporte y no una afrenta. Hay una cultura detrás, de los niños en sus plazas, jugando. Las frases más recurrentes, en las disputas infantiles, son “Yo tengo derecho” y “Tú no tienes derecho”.
Si la realidad es como la nuestra, en que las obras son perecibles, muchos arquitectos se desalientan y proyectan algo que saben efímero, porque no los sobrevivirá. Cualquier día pasarán frente a una de sus creaciones y el lugar estará vacío, o en demolición.