La demolición del Club de la Unión de Curicó
Es paradójico leer la declaratoria como Zona Típica de la Plaza de Curicó si nos paramos hoy a observar su entorno, porque de ese “conjunto de una belleza extraordinaria que justifica su preservación” escrito en el expediente de 1986, poco o nada queda. Ya desapareció la monumental Intendencia, se transformó la vieja Iglesia La Matriz, se esfumó el edificio ocupado por antiguo banco de Curicó, el inmueble del Diario La Prensa, y hace unos pocos días, se derribó el último exponente de esa arquitectura ecléctica que tanto llamó la atención de los habitantes, formando parte indisoluble de la memoria colectiva de los curicanos, y de todos los que hacíamos una parada en esa plaza cuando íbamos de vacaciones al sur.
Se trata del antiguo edificio del Club de La Unión, ubicado en la calle Merced, y cuya construcción se remontaba incluso a una fecha anterior a la formación de la misma plaza, cuando pertenecía a la familia Mozó Molina. Pasó más tarde a Mercedes Labbé, y luego fue completamente remodelado por don Rodolfo Espinoza Fuenzalida, quien contrató al conocido arquitecto italiano Arquímedes Sala Rossi para impregnarle a la vieja construcción la magia decorativa del neoclásico, con sus largas balaustradas, pilastras y pórtico con columnas corintias.
Al centro de la fachada se dispuso una enorme puerta antecedida por gradas de mármol, que hacia 1930 se convirtió en el acceso principal del tradicional Club de La Unión de Curicó. Esta institución había nacido en 1886 como un espacio de reunión social, en cuyos salones se congregaron personajes como los dentistas Armando Nuñez y Horacio Grez, el agente de la Ford Motor Company Rafael Herrera, el abogado Félix Montero, el cirujano bombero Luís Alcántara y el molinero Camilo Giaconi, entre tantos otros curicanos que habían aportado al progreso de la región del Maule. De ese modo este edificio se transformó de repente en el centro de la sociedad Curicana, ahí se conmemoraban las fechas importantes, se presentaba a la Reina de la Primavera, se hacían los bailes, las comidas, las reuniones gubernamentales y se recibía a las visitas ilustres, como los Presidentes Pedro Aguirre Cerda o Gabriel González Videla, que visitaron la ciudad durante sus respectivos mandatos.
Cuando la década de 1980 llegó a la ciudad, y algunos de los edificios del sector comenzaron a ser derribados, el Club se mantuvo intacto, pues lo que significaba para los curicanos parecía ser mucho más importante que cualquier atisbo de modernidad. Eso hasta el año 2010, cuando el terremoto del 27 de febrero dejó al edificio en malas condiciones y se decidió clausurarlo para evitar accidentes. El terremoto no sólo deterioró el Club sino que también sufrieron los efectos del sismo el vecino edificio del Diario La Prensa, y el antiguo inmueble del Banco de Curicó, que tras un pleito legal, fueron demolidos por orden municipal. Tocaba entonces el turno del Club, cuyo deterioro se había acelerado por un incendio en el año 2015, y que había sido traspasado a nuevos propietarios, quienes barajaban la posibilidad de construir un moderno edificio a pesar de la oposición del Consejo de Monumentos Nacionales y de la ciudadanía.
Nuevamente, y como se acostumbra en Chile, la famosa frase “daños irreparables o daño estructural” pareció firmar el decreto de muerte del edificio, cuyo alto costo de recuperación parece haber sido la razón fundamental para que el Municipio de Curicó autorizara la destrucción de 130 años de historia, y arrasara de paso, con la memoria, la identidad y la historia de todos los curicanos. La fachada, quizás el elemento más rescatable de la construcción, había permanecido en pie a pesar del terremoto y el incendio. Sus líneas neoclásicas, sus ornamentaciones, balaustradas y columnas permanecían aún intactas, y bastante le costó a la retroexcavadora echarlas abajo. El frontis del Club era el elemento de conexión tangible de los curicanos con su pasado, qué costaba hacer un proyecto de recuperación sólo de la fachada –que aunque hoy no es lo óptimo en la disciplina de la conservación- parecía ser la mejor opción dada las circunstancias. ¿Qué costaba dijimos?, pues mucha plata es verdad, pero más que plata es voluntad, es compromiso, es conocimiento y consciencia de que el patrimonio conforma parte de nuestra memoria y es una obligación estatal conservarlo. En la Europa de post guerra se rehicieron edificios en peores condiciones que el Club, fueron reconstruidos ladrillo por ladrillo, pues las autoridades comprendieron que recomponer los entornos urbanos era recomponer y respetar a sus habitantes y su memoria. Nos parece criminal, de una ignorancia vestida de insolencia que en pleno año 2016, cuando las técnicas han avanzado y cuando el patrimonio es una palabra que cada vez toma más fuerza y se ha situado en el subconsciente colectivo como un elemento de valor e identidad; aun presenciemos hechos tan terribles como demoler un inmueble de esa envergadura. Duele el alma ver su caída, duele ver cómo se hacen oídos sordos a los reclamos de la ciudadanía, duele ver cómo las instituciones no funcionan, duele ver cómo no hay profesionales criteriosos, duele saber que esto aquí no termina, y mañana y pasado presenciaremos situaciones como esta; mientras no se posicione en las autoridades y en el Estado, que el patrimonio es un bien indispensable para todos los chilenos.
Hoy si vamos a Curicó tan sólo veremos el quiosco metálico, y las altas palmeras plantadas en 1910, pues se han perdido esos valiosos edificios que componían el atractivo entorno urbano que hizo que se declarara Zona Típica en 1986, una declaratoria que hoy debería ser revocada pues nada de lo que pretendió preservar, existe…
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