Arquitectura y naturaleza, la experiencia de Enrique Browne
Un nuevo libro del arquitecto ordena su trayectoria profesional a partir de la relación de sus obras con la vegetación, el agua y la luz, elementos que considera “materiales de construcción”.
Enrique Browne, Premio Nacional de Arquitectura, publica un libro titulado “Devolviendo la naturaleza a la arquitectura”, una exposición de algunas de sus obras ordenadas en torno a una idea que ha perseguido concretar a lo largo de su carrera: conciliar arquitectura y naturaleza. “Tiendo a considerar los elementos naturales (vegetación, tierra, agua, luz, corrientes de aire y otros) como ‘materiales de construcción’, al igual que los más tradicionales y contemporáneos”, dice. Como coautor, junto a Borja Huidobro, del Edificio Consorcio, en calle El Bosque, Browne fue pionero en la doble fachada vegetal para proteger del poniente a sus usuarios.
Este libro mezcla obras realizadas con proyectos no realizados. “No les atribuyo el mismo valor a los proyectos que a las obras construidas. Cada proyecto es una obra potencial, muchas veces frustrada. Esto habla de la dificultad de un oficio que es simultáneamente una búsqueda ‘artística’ personal y una ‘profesión’ destinada a satisfacer requerimientos del cliente”, explica.
-¿Qué novedades plantea usted respecto de lo que ha sido la tradición referente a arquitectura y vegetación?
“La mayor novedad de la relación arquitectura y vegetación es que no es novedad alguna. Haciendo un poco de historia, se observa que el uso directo de la vegetación en la arquitectura descendió con el tiempo hacia lo decorativo o casi la inexistencia. Pero se mantuvo el espíritu protector de esta ante el medio natural. Aparece luego el gran mediador: el jardín (o parque), sea en la tradición grecolatina, islámica u oriental. En Occidente, la arquitectura empezó a abandonar su carácter y su estética cerrada y defensiva recién con Frank Lloyd Wright, a comienzos del siglo XX, abriéndose más hacia el exterior”.
-Plantea los muros vegetales como solución ecológica y térmica. ¿Cuáles serían sus ventajas reales para edificios en altura y por qué, a su juicio, los clientes parecen no optar por ellos?
“Existen dos tipos principales de fachadas vegetales. En el primero, la vegetación se ‘adosa’ a los muros, como las inmemoriales enredaderas. Pero con dos importantes agregados: incluye su propio sustrato en una capa de tierra de cierto espesor y el riego es hidropónico. Lo primero aumenta la masa térmica de los muros, con economías energéticas. Además, produce mejoras ambientales como captación del CO {-2} atmosférico, etc. Su mayor problema está en su alto costo inicial y en sus gastos de mantención. Además, los usuarios del inmueble no ‘ven’ la vegetación, dado que debe interrumpirse donde hay ventanas”.
“El segundo sistema es la ‘doble piel vegetal’. Consiste en una piel verde exterior a la fachada del edificio y van separadas algo más de un metro entre sí. Entre ambas pieles pueden trabajar quienes limpian las fachadas y el jardinero. La vegetación se puede elevar hasta 4 o 5 pisos, con enredaderas y hasta con árboles. Dicha vegetación se asienta en jardineras con un simple riego ‘gota a gota’ programado. Tiene menor inercia térmica que el sistema anterior, pero por el vacío escapa el aire caliente refrescando la construcción. El sistema reduce la radiación solar con economías energéticas y numerosos beneficios ambientales. Pero sobre todo, permite a los usuarios ‘ver’ la vegetación con sus cambios de color estacionales, sus pájaros y otros atractivos naturales. Ambos sistemas se han empezado a difundir en distintos países, desde Singapur a Malasia, EE.UU. o Chile. Su relativamente lenta aceptación es normal para cualquier innovación sustantiva. De hecho, los actuales edificios con ‘muro-cortina’, que predominan en todo el mundo, demoraron unos 30 años en imponerse”.
-Usted ha privilegiado en sus diseños la curva, ¿de dónde viene su inspiración?
“Históricamente, la curva ha sido ampliamente utilizada desde la cabaña primitiva. Su uso alcanzó mayor esplendor durante el Barroco, en los siglos XVII y XVIII. También la primera arquitectura moderna adoptó formas curvas con cierta frecuencia, especialmente en su vertiente ‘expresionista’. Esta fue relativamente marginal al funcionalismo ortogonal predominante. En Chile, el ‘expresionismo’ llegó muy temprano con el movimiento moderno, como en el Edificio Oberpaur, de Larraín y Arteaga (1930), o en partes de la Escuela de Derecho de la U. de Chile, de Martínez (1938). En todo caso, los más grandes arquitectos modernos trabajaron con curvas en su madurez, como Le Corbusier, en su Capilla de Ronchamp (1954), y F. L. Wright, en su Museo Guggenheim de Nueva York (1959). Personalmente, me atrae el uso histórico y moderno de las curvas; sobre todo, porque predominan en la naturaleza. En todo caso, prefiero el contrapunto de curvas con rectas en una misma obra. Genera variedad y sorpresa a la arquitectura, además de hacer más fácil la instalación del mobiliario”.