Por falta de mantención, las buenas intenciones pueden terminar dañando la ciudad.
Las obras bellas transformadas en deterioro urbano.
Hay obras que se inauguran con expectativas transformadoras. Los discursos que preceden sus cortes de cinta las sitúan como ejemplos de un nuevo urbanismo llamado a vivir una ciudad con apellidos como “2.0”. En 2012, las zonas pagas “electrónicas” del corredor Departamental encarnaron estos propósitos. Se construyeron dos de alto estándar, con puertas automáticas y torniquetes que, en conjunto, las hacían asemejarse más a una estación de metro que a un paradero de buses. Pero no pasó mucho tiempo para que evolucionaran de ser un ejemplo a un foco de degradación de su entorno.
El deterioro partió con rayados, vidrios quebrados, la presencia de basura y la transformación de sus rincones en urinarios. Pero lo más grave fue lo simbólico: el paso del tiempo evidenció la falta de una clara institucionalidad de mantención para conservar la dignidad inicial de la obra. Como muchos mobiliarios, los paraderos de corredores no concesionados son tierra de nadie entre municipios y ministerios que se apuntan entre a ellos a la hora de cuidarlos.
Cuatro años después de su aplaudida aparición, los paraderos electrónicos de Departamental sirven su propósito con dificultad: algunas puertas ya no abren, los torniquetes han desaparecido y mientras algunos pasajeros esperan un bus, pocos aguantan el olor a orina y la basura. El recinto se ha convertido en un lunar que deteriora su entorno inmediato.