Columna El Observador Urbano: Edward Rojas, un ícono regional
Edward Rojas, el nuevo premio nacional de Arquitectura, no es un símbolo de Chiloé: es un testimonio nacional de que incluso las zonas más identitarias del país, las más densas en historia, pueden transitar hacia el presente sin ser negadas.
La bofetada del mall de Castro, vergüenza nacional, demostró, por otra parte, que hasta las acciones más ejemplares pueden dañarse de golpe. Pero aunque la imagen del centro comercial dañó a la isla completa, no debe olvidarse la original creación de Edward Rojas y sus socios del Taller Puertazul.
Lo del mall no fue sino una “hilacha” del tercer mundo, a la vista. No se preguntó en qué sector podría localizarse, para que no dañara el paisaje ni generara congestión; no se consultó por sus características, como su altura máxima; ni se hizo un concurso para elegir el mejor diseño. Solo se preguntó si se quería o no un mall , para forzar una respuesta a favor, la que dejó entrar esa masa que violenta al entorno.
Por contraste, hizo aún más visible el trayecto de Edward Rojas, ese hijo del desierto que llegó a la isla y se enamoró a primera vista.
Él supo apreciar el valor de la refinada carpintería local, las maderas nativas y sus usos diferentes, los lenguajes de ancestros barrocos que revisó y modificó. Es un contexto estético que lo merecía; no tiene parangón en Chile. Cuando hace algunos años se preparó la gran muestra del Barroco americano para recorrer Europa, junto a las joyas deslumbrantes de México y Brasil, Perú o Bolivia, se hizo un espacio para Chiloé. Tanta riqueza no podía quedarse en patrimonio merecía una nueva vida, y es lo que inaugura Rojas y se prolonga en otros arquitectos del archipiélago.
Fue el terremoto social de 1973 el que generó, a fines de esa década, réplicas profundas sobre Chile y su ser, Chile y su destino; de ahí surgen el Taller América, en 1979 (de Sergio Larraín García Moreno, Enrique Browne, Cristián Huneeus, Raúl Zurita, Cristián Fernández Cox y otros); la Primera Bienal de Arquitectura, de 1977, y el traslado de arquitectos a las provincias en una épica refundacional.
Rojas, de 25 años entonces, partió al sur. Identidad y patrimonio estaban en discusión, en esa década que había roto tantas certezas. Él, como otros del Taller Puertazul formados en Valparaíso con la música de Los Jaivas y Congreso, ya tenía un referente de tradición y modernidad en versión latinoamericana. En Castro se encontrarán con un proyecto de costanera que arrasaría con los palafitos, y salen en defensa de una costa sin costa -roqueríos, acantilados…-, pero con un borde al que bautizan “bordemar”, el que implica otro modo de habitar.
Para la arquitectura y el urbanismo chilenos hay un antes y un después de ese fin de los ’70. Uno de los temas emergentes entonces, como sociedad, es que habíamos aprendido a sobrevivir gracias a las minas, la pesca de arrastre y las plantaciones forestales, pero no habíamos aprendido a “habitar el territorio”. Y todavía no aprendemos… ¿Cómo puede hoy construirse un poblado forestal rodeado de cercanas plantaciones por sus cuatro costados? La “Escuela de Chiloé” sigue vigente, en todo el país.