Opinión: Campamento Felipe Camiroaga y el derecho a la radicación
El pasado fin de semana las actividades del Festival de Viña se vieron interrumpidas por las protestas de los habitantes del campamento viñamarino Felipe Camiroaga ubicado en Forestal alto, quienes demandan una solución a la instalación de postes de luz, afirmando que el municipio no ha cumplido con sus promesas establecidas en las mesas de trabajo. Las protestas llegaron incluso a ser trending topic en Twitter, atención inusual para la historia invisible de los campamentos de la región.
A diferencia de las tomas de terreno organizadas y visibles de Santiago en los años sesenta y setenta, y la discusión posterior en los noventa por la entrega masiva de viviendas sociales en la periferia de Santiago, el acceso a la vivienda para los más pobres en la Región de Valparaíso ha pasado relativamente desapercibido. Es más, se han denominado históricamente ‘tomas silenciosas de terreno’ (Vildósola, 2011)1 por su carácter gradual, invisible y sin confrontación. Parte de la explicación es que éstas ocurrieron cuando el tema de la vivienda en Chile se creía resuelto, a mediados de los años dos mil. Y a su vez, se mantuvieron ocultos tanto por las autoridades como por lo mismo pobladores a modo de no contradecir la imagen de la cuidad construida por la elite política y cultural.
No fue hasta el 2011 cuando se hicieron catastros nacionales de campamentos (TECHO, MINVU) que salió a la luz pública el alto número de campamentos en la región. Los números fueron tajantes; uno de cada tres personas que vive en campamento en el país, vive en la región de Valparaíso y Viña del Mar es la comuna con el mayor número de personas viviendo en esta condición de Chile. Esto responde a las condiciones nombrados anteriormente, pero también a las demandas específicas e históricas de los pobladores, la posibilidad de radicarse en los terrenos. Los pobladores han sido enfáticos en que quieren la posibilidad de acceder a terrenos en la ciudad, a través de la compra subsidiada. Esto, ya que existe una memoria de autoconstrucción, un modo de producción del hábitat contraria a la lógica de subsidio de vivienda instalado en el país. Ya en los años cincuenta, los obreros de la Compañía Refinería de Azúcar Viña del Mar (CRAV) junto a otras uniones sindicales compraron 900 hectáreas del Fundo Achupallas con el propósito de construir la ‘Cuidad Obrera Ideal’. Un proyecto sumamente ambicioso de autoconstrucción que aún permanece en la memoria e historia oral de los pobladores.
Al mismo tiempo hay un rechazo generalizado a la vivienda social. Existe un imaginario colectivo profundo, sobretodo en Felipe Camiroaga, de lo que significa vivir en un conjunto de vivienda social, ya sea porque ellos mismos o porque otros que conocen lo han hecho. Afirman que vivir en un ‘block’ va en desmedro de su calidad de vida (‘me daría depresión’, ‘es muy peligroso’, ‘no cabría con mis tres hijos’, ‘los vecinos escuchan todo’), en contraste con las posibilidades que les entrega el campamento; flexibilidad y control del espacio, elección de vecinos y organización social, naturaleza (jardín y huertas), y la posibilidad de permanecer en la ciudad. En la misma línea de las ideas de John Turner, el que afirma que los habitantes no miden el valor de su vivienda por lo que es, sino por el uso le pueden dar. De esa manera, el valor material que se le atribuye a la vivienda social pierde sentido en este contexto.
En los últimos años los campamentos de la ciudad se han organizado para buscar una solución mas acorde a sus necesidades. En 2012, se logró firmar un acuerdo regional inédito entre MINVU, CORE y Municipio para el análisis de radicación de varios de los campamentos de la ciudad. Se ha estado trabajando en Manuel Bustos como proyecto piloto, sin embargo el proceso ha sido complejo. Y aún no hay luces de que la radicación como tal podría convertirse en un programa de vivienda. La lógica de autoconstrucción y de ‘slum-upgrading’ ocurre orgánicamente en la mayoría de la ciudades de América Latina, en donde lo que comienza informalmente se va dotando de mejor infraestructura con el tiempo. En Chile la informalidad representa un punto negro en la ciudad, y por ende la forma de solucionarlo ha sido moviendo personas de campamentos a viviendas sociales. Existen ejemplos exitosos de provisión de infraestructura en las zonas mas vulnerables de la ciudad, como el programa Favela Barrio implementado en Rio de Janeiro para proveer de infraestructura a las favelas. Entendiendo la complejidad de ‘erradicar’ a miles de familias, la política parte de la base que el mejoramiento de infraestructura de las favela permite abrir la favela a la ciudad, y la ciudad a la favela. Así hay otros ejemplos, como el metro cable en Medellín donde se provee de infraestructura de transporte a las partes mas vulnerables de la ciudad para mejorar la conexión y la calidad de vida de todos sus habitantes.
La lucha de los habitantes de Felipe Camiroaga, que por primera vez deja de ser ‘silenciosa’, habla de una crisis de ciudad mas profunda que solo la informalidad de los campamentos. Por un lado, es un reflejo del real déficit de vivienda –donde miles de personas viven como allegados o no saben hasta cuando podrán pagar el arriendo (el caso de los habitantes de Felipe Camiroaga hace un par de años)– y por otro lado el cómo se maneja el crecimiento de la ciudad y la provisión de infraestructura no solo para algunos sectores sino que para todos sus habitantes.
La columna se basa en la tesis doctoral de la autora, ‘Lo Político de Hacer Hogar en los Cerros de Viña del Mar’, donde el campamento Felipe Camiroaga es uno de los casos de estudio.
- Vildósola, L. (2011). Viña del Mar, ciudad de tomas silenciosas. Kutral, (2), 55–74. [↩]
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